Escribe: Luis Alberto Vásquez. « La selva bajo el sol de enero, se llenaba de flores y de aromas. Todo tenía exuberancia. En las hojas de las palmeras, abiertas como grandes abanicos, los guacamayos hundían el curvo pico en el moño de las hembras y lanzaban al viento su grito monótono. Los pájaros, con erótico apresuramiento, colgaban sus nidos. Al caer la tarde, los jaguares en celo rugían reclamándose para la nocturna cita... ». Así se inicia el cuento más conocido de Humberto del Águila Arriaga, «El Collar del Curaca». Un remolino de palabras extraídas del bosque mágico donde vivimos, una descripción maestra de un pedacito de tiempo de la selva, donde combina la fuerza salvaje del monte con la ternura indescifrable de la flora y la fauna, para darle a la literatura amazónica el nervio que une lo maravilloso de la Amazonía con los sueños esperanzadores de los hombres y mujeres, que aspiran a vivir, con justicia y en armonía con la naturaleza. Humberto del Águila une esos sueños t
Ayer me amabas Ayer me amabas tú cuando desdeñábate yo, y al ver que hoy no me adoras y yo /te quiero, en el pasado puedo la dicha que perdí hallar al contemplarte. En el pasado puedo ubicar la dicha que perdí al no haberte querido en oportuna ocasión. Porque te vi como las tinieblas fea, no te dije nada. Porque me vi en las cimas de los picachos, y a ti, en la depresión de la inercia, arrogante, no te dije nada. Porque te vi humilde y corta para llevarte a vivir en mi opulencia y locuacidad, no me atrajiste. Ahora sospecho que han de ser de otro tus besos, abrazos, alma y todo; nunca míos. No porque no quisiera; porque, atrabiliaria, me los niegas. Nada valen belleza, talento y virtudes de un ser cuando en una mujer amor para él no hay. ¡Ay locura! Porque ahora que te veo en los sombreros de los picachos, yo me achicharro en la poquedad de la inercia, rojo, como un sol cansado que se hunde en su agonía. Y al mirarte fuera de mi