Día internacional del libro


En el día del libro fui invitado al colegio Juan Miguel Pérez Rengifo a un conversatorio con estudiantes de secundaria. Acudí gustoso. En plena conversación, acompañado de los directivos de la institución, me sinceré con los estudiantes: al Quijote, no pude leerlo completo, pese a que lo intenté más de una vez. No sé si fue atinado, pero eso me pasó realmente; ese libro, al igual que Rayuela y otros tantos, en la época que intenté leerlo, me pareció complicado y aburrido. Quizás hoy, si tratara, a lo mejor tendría una nueva percepción, no por algo es el libro más importante de la lengua castellana. En fin, intentaré leerlo. Les dije mi sentir a los estudiantes, para luego explayarme en algunos libros que marcaron mi vida, entre ellos “Cándido”, de Voltaire, “La Odisea” y “La Ilíada”, “El pájaro de fuego”, “Cien años de soledad”, “El mundo es ancho y ajeno”, y muchos más. Les conté cómo descubrí a Arturo D. Hernández gracias a la buena voluntad de un profesor de secundaria de prestarme los libros de su biblioteca y también les narré cómo hice para crear un poema sobre la tierra con los términos rebuscados de “El hombre mediocre” de José Ingenieros. No sé si fue un gran momento para ellos; pero para mí sí lo fue, pese a que mi discurso no es nuevo ni bien elaborado. No importa, conozco mis limitaciones, sé que no soy un buen orador y no quiero serlo. Tampoco soy el profesional que debí ser: ingeniero. Tengo un título, estoy colegiado; mas no ejerzo mi carrera hace años. En realidad, los títulos me llegan a la punta de la coronilla. Para ser sincero, la verdad no sé dónde están esos cartones que me costaron muchos años obtener. Hay algo, no obstante, que sí quisiera y no estoy seguro de lograrlo: trascender con la literatura. Lo que hago ahora en mi vida, en todo momento, es literatura; sin embargo, no estoy centrado en producir. Edito libros, y en el proceso leo varias horas todos los días, e intento leer también otros libros antes de que acabe la noche y lo hago a medias y ya es tarde y surge “el jinete blanco con sus atuendos blancos” y amanece…, y aquí estoy, sin producir una sola línea. Desde diciembre del año pasado, hasta marzo, más o menos, no obstante, me senté a escribir una novela. Escribí y escribí, sin parar, día y noche, sin dormir, sin comer, absorto en una historia de personajes complejos, con visos de suspenso, de militares, de subversivos, de amores; y he ahí que, al terminar la novela, tras cien páginas escritas, leo y releo lo plasmado, y, ¡joder!, siento que no lograré nunca la trascendencia, porque observo que estoy atrapado en un tema recurrente: la lascivia. Además, los personajes no son complejos como creí, todo lo contrario: son predecibles, mal creados y hasta amorfos. Puta mare, mejor sigo con la edición. O leeré un poco. O me pondré a dormir. Ojalá pronto me inviten a otro colegio para ir a hablar lo mismo de siempre con los estudiantes, sería bueno para volver a motivarme un poco.

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