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Utopías y desvaríos (36)

  

 
 

Abro mis ojos y te veo;  los cierro y te siento: eres mía, lujuria. Estás acumulada en cada poro de mí, esparcida en mi grasa. Conmigo, tú, vas de la mano, encarnada en un nombre.

Si me detengo a contemplarte, me derrumbo en el deseo, te acorralo con ansias…, e intento todo, lo que se debe en estos casos. No siempre me correspondes, o sí, lo haces a tu modo, en un espacio de dos, o en mi sepulcral refugio, allí donde reposa un cúmulo de libros.

A veces me alimento de sinsabores, por puro morbo, abierto a una indigestión de dudas que seguramente ha de hacerme verter lágrimas, pero que luego me colmará de seguridad, porque así siento que me ocurre, no sé por qué. Ahí es que surgen las preguntas y me transporto al pasado, en un viaje a rienda suelta, con muchas suposiciones al hombro, obviando todo sentimiento, mío y ajeno; ahí, en ese trance, me desconecto de la lógica, vivo en lo absurdo, erradico la confianza y, caído, agonizante, desesperado, busco valerme de algún consuelo que sé, no ha de ser fácil encontrar. Enseguida las promesas, nuevos vientos…, es fácil saber lo que viene.

Quédate lujuria, acompáñame en este tiempo, recurre a mí cuando te necesite, sin miramientos, dispuesta, acomodada a mis excentricidades tales cuales vengan.

No pretendas no reconocerme en la distancia de tus abismos, si del otro extremo, donde mora la frialdad, el dolor te cogiese desprevenida. 

Descúbrete ante mí, por convicción, sin palabrería: me vas a impresionar, ¡no dudes! Enseguida adéntrate a mi morada, con calma o en agitado avance, de la forma que elijas.

Y aquí estaré, hoy y siempre, hasta que se nos agote este tiempo terrenal. 

¡Lujuria! ¡Nos pertenecemos!

A ti, yo te prefiero rodeada del vacío, al natural, sin adornos ni ostentaciones. 

Tú, en cambio, quieres mi aire, y mi sangre coagulada, y mi carne… Yo te doy, ven: abre la boca y exhibe tu cuerpo. 

(M.V.)

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