El banquete (Cuento)


Argumento del cuento 
"El banquete"
de Julio Ramón Ribeyro 

No estaban haciendo derroche de los dineros del estado, que conste. Todo el gasto de la opulencia del gran festín, corría a cuenta de Fernando Pasamano y había sido preparado con dos meses de anticipación. Su convidado era nada menos que el  señor presidente de la república y él, uno de los más cercanos parientes. Esta era su oportunidad de lograr un sueño largamente acariciado: conseguir una embajada en Europa y la construcción de un ferrocarril que atravesara sus tierras que poseía en la montaña. Se imaginaba, ya veía pasar los vagones cargados de oro. Por eso es que no escatimó esfuerzos ni gastos para el gran agasajo. Un opulento festín para ciento cincuenta invitados al que asistieron la flor y nata  de la clase política del momento. Tanto ajetreo y casi olvidó la invitación. Se dirigió a Palacio y aprovechando una reunión, humildemente le hizo la propuesta al mandatario.

La confirmación llegó por escrito. Sintió que era el momento más feliz de su vida. Contó las cuarenta cajas de wisky, los vinos tintos del Mediterráneo. En los salones decorados con orquídeas, solo faltaba el presidente. De repente, escoltado por sus edecanes, llegó.

"El excelentísimo señor presidente de la República". El alma y la felicidad le volvieron al cuerpo. Oportuno y sagaz, aprovechó un momento para conducirlo a la salita de música con adornos versallescos y le hizo la propuesta. "No faltaba más. Justamente queda vacante en estos días la embajada de Roma. Mañana en el Consejo de Ministros propondré su nombramiento, es decir, lo impondré. Y en lo que se refiere al ferrocarril, sé que hay en diputados una comisión que hace meses discute ese proyecto. Citaré a mi despacho a todos sus miembros y a usted también para que resuelvan el asunto en la forma que más convenga". 

Don Fernando durmió feliz, arrobado por la música de esas bellas palabras. "Seguro de que nunca caballero limeño alguno había tirado con más gloria su casa por la ventana, ni arriesgado su fortuna con tanta sagacidad".

Al siguiente día, los gritos destemplados de su mujer, periódico en mano, lo despertaron y al ver los titulares se desmayó: un ministro, en la madrugada, había dado golpe de estado y el presidente había sido obligado a dimitir.

   (Oswaldo Gonzaga Salazar)

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