Relato: Una laguna encantada


Una laguna encantada
Autor: Hildebrando García Velásquez

En un lugar de la selva sanmartinense, cuyo nombre ya no me acuerdo, circundado de una veintena de casas de campesinos en su mayoría de techos de palmera, hay una laguna de aguas claras, que los pobladores la consideran "encantada", porque a través de muchas décadas observan cosas misteriosas. Por ejemplo:

Que el nivel de agua se mantiene inalterable tanto en época de verano o lluviosas y no tiene vertiente que lo sustente.

Que no tiene desaguadero, porque nunca se llena.

Que en los días de lluvias leves se forma un arco iris, uno de sus extremos se levanta del centro de la laguna, y el otro, posa sobre unos roquedales de la colina al este del pueblo, mostrando un maravilloso arco triunfal de siete bellos colores, que deleita a la población.

Que en las noches de Luna llena, se escucha una melodiosa música fúnebre, mientras los rayos del satélite juegan sobre un leve oleaje.

Que no se sabe su real profundidad: nunca han intentado medirla.

Además, es creencia del pueblo que, en las noches oscuras, salen del fondo de sus aguas unas sombras diabólicas que desaparecen luego en la oscuridad.

Por todo lo anterior nadie debe bañarse ni pescar en ella porque la consideran oasis del diablo.

A un extremo del pueblo, fluyen raudamente las cristalinas aguas de un riachuelo que desemboca en el río Mayo, cerca de Moyobamba, con amplias playas de arena blanca, sobre cuya superficie frecuentemente los pobladores constatan unas extrañas huellas sobre su suelo húmedo, después de las lluvias.

Es creencia de los pobladores que tales huellas dejan los pies del Chullachaki que sale por las noches en plan de pesca.

En una oportunidad ocurrió algo increíble que dejó asombrado a todo el pueblo.

Sucedió que una adolescente se atrevió a darse un chapuzón en las frías aguas de la laguna para mitigar el fuerte calor del mediodía. Sus padres la recriminaron severamente por su atrevimiento, ya que por tradición nadie lo hacía.

Dos meses después, la joven comenzó a sentir molestias en el vientre, como las que produce el embarazo. Zoraida Tapayuri, que así se llamaba la joven, una simpática morenita del lugar, era consciente de no haber tenido relación sexual, por lo que no le dio importancia a las molestias, tampoco consultó con su madre. En su conciencia no cabían tales anuncios, pues era consciente que mantenía su virginidad.

Dos meses más tarde, cuando vio abultado su vientre, se atrevió a revelar a su madre las molestias que soportaba silenciosamente. Como lo esperaba, recibió severos castigos, obligándola a declarar su comportamiento.

Ante la reiterada negativa de Zoraida sobre su posible contacto sexual, sus padres optaron por pedir los servicios de una vieja y experimentada comadrona del lugar, para que se encargara de establecer el diagnóstico correspondiente, la misma que después de minuciosa observación determinó que la señorita llevaba cuatro meses, aproximadamente, de gestación, y que el niño se encontraba en buenas condiciones.

La noticia preocupó a toda la comunidad, porque sabían que la joven se había bañado en la laguna encantada, y nadie dudaba de su correcto comportamiento.

Los más creyentes en cuestiones diabólicas, dudaban que el feto fuese humano, contraviniendo el diagnóstico de la comadrona, porque afirmaban que la laguna era el oasis del diablo.

Los meses transcurrieron en medio de mucha incertidumbre y todo tipo de pronósticos, mezcla de misterio y leyenda, sobre todo porque se trataba de una adolescente.

Así llegó la fecha del alumbramiento de Zoraidita, después de un minucioso seguimiento al proceso del embarazo por parte de la comadrona, que insistía en que se trataba de un embarazo normal y que el niño o niña nacería sin ninguna dificultad.

Era las tres de la tarde aproximadamente de un domingo de marzo, cuando la jovencita sintió los anuncios del parto. Toda la población, sentada a la vereda de sus casas, esperaba el desenlace. Algunos, los más curiosos, llegaron a la casa de la parturienta, sin pensar que serían testigos de un hecho insólito.
El niño nació con toda normalidad, pero, tan luego le cortaron el ombligo, se escapó de las manos callosas de la comadrona, que solo atinó a dar un grito desarticulado al ver que el misterioso ser, con los bracitos extendidos y a poca altura del suelo, como volando, salía del cuarto de parto, cruzaba la sala y se dirigía a la calle ante el asombro de los curiosos, con lento desplazamiento y conservando la altura, hasta caer en la laguna, donde con leve oleaje se perdió en el fondo y nunca el pueblo supo de su destino, porque nadie se atrevió a meterse en ella para intentar dar alcance al diabólico recién nacido.
Pasaron los años y lo acontecido, sólo quedó en el recuerdo de los pobladores.//

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