«AGONÍAS - Ellas tienen algo que decir...»
Escribe: Miuler Vásquez González
Trece autoras peruanas han dado vida a «Agonías», un libro espectacular, único en su género, de formas diversas en el uso de la palabra hecha literatura, y de sentimientos profundos, cruciales, desaforados, o de aprendizaje forzado, en los entrelaces de cada una de las catorce historias recogidas en él.
La artífice de este portentoso y
arriesgado proyecto —arriesgado porque no es fácil seleccionar lo que deba
seleccionarse sin el riesgo de generar un descontento—, es la reconocida
escritora arequipeña, mediadora de lectura y promotora cultural, Ysabel
Rodríguez Abarca, más conocida como Otawanta. Fueron varios meses de búsqueda
incansable, de escarbar, de tocar puertas, de seleccionar y de tachar, seguido
de un meticuloso trabajo de unificación de los cabos correctos. Otawanta ha
sido precisa en distribuir el trabajo impecable de las trece autoras,
cuidándose del orden y de los detalles; pero sin desmerecer ni menoscabar el
valor del mismo. Esta es, por tanto, una compilación rigurosa, una muestra de
literatura hecha por mujeres peruanas con un propósito: visibilizar a las
autoras y lo que ellas se han propuesto decir. Cabe recalcar que, en las
páginas de «Agonías», hay textos
inéditos y algunos ya publicados, también hay una dulce excepción escrita en
verso. Y está bien, en la diversidad está el gusto; además, con esta
publicación no se ha pretendido hacer una antología totalitaria y absoluta,
porque, para empezar, no se trata de una antología necesariamente; «Agonías» es un sentimiento, una identidad
propia.
Las voces de «Agonías», proceden de diversos lugares del
Perú: Arequipa, Lima, Tarapoto y Ucayali. Cada autora, con estilo propio, se ha
centrado en dar lo mejor de sí.
En «Agonías» y «Lo que callamos», los dos primeros cuentos, escritos por Ysabel Rodríguez, la crudeza
con la que se trata el tema de la violencia contra la mujer, va de la mano con
ese resurgir de las cenizas necesario y urgente que siempre debe ser el ideal
en casos equivalentes. La autora grita de forma descarnada, enfática, visceral,
que se debe bajar la guardia.
«Estamos locas», de Mirza Mendoza, escarba
situaciones cotidianas que a veces, por esas cosas del qué dirán, son dejadas
de lado. En párrafos exquisitos, con fina prosa, los escenarios de esta
historia, tan comunes, tan luminosos, tan marcados con la pericia de una
arquitecta de la palabra, dan lugar a un genuino desenlace que se cuenta solo.
«Otra mujer», de Sandra Arias, es un llamado a
la reflexión, una súplica muda, una remembranza de ese dolor que no debe
persistir en el tiempo. En una historia dentro de otra, Sandra saca a flote el
clamor de una injusticia, que devela sin miramientos.
«Construyéndome», de Maria Ballón, monólogo, o
reflexión, o la suma de ambos, despierta un interés peculiar, natural, en
cuanto a seguir el curso de la lectura. Los cuestionamientos a las mujeres de
este y todos los tiempos, las razones impropias de esta sociedad machista y la valentía
de la protagonista, son elementos bien fundados que bien merecen ser tomados en
cuenta en esta buena lectura.
«Roma», de Emilia Justiniani, se centra en
mostrar las etapas de un enamoramiento forzado, o sin futuro. ¿Cuánto se es
capaz de dar, de sentir, de ver un mañana promisorio en donde no lo hay? Las
respuestas son señales inequívocas que devienen del tiempo y de la paciencia,
nos lo recuerda Emilia.
«Cry - fly Maternidad», de Brenda Bahamondes, composición
poética de ocho estrofas cortas, el único texto ilustrado del libro, es un
viaje gráfico con muchas interpretaciones, todas referidas al proceso natural
que solo las mujeres son capaces de afrontar y sobrellevar con amor.
«Toda una mujercita», de Becky Urbina, describe a la
perfección a esta sociedad carente de sentido común, machista e imbécil. Los
valores ausentes, la pérdida de identidad tan a la orden del día en esta
sociedad vigente, y los paradigmas de una sociedad moderna, no siempre resultan
ser los mejores consejeros en la crianza de nuestras hijas. Becky, con maestría
de buena narradora y un desenlace inesperado, cuestiona la decadencia del mundo
moderno.
«Tres», de Rocío Palacios, irrumpe en la
tradición de antaño con el rompimiento de esas cadenas de opresión que pesaban
sobre las mujeres, en otrora tiempo disminuidas, relegadas y sin el derecho
siquiera de elegir lo mejor para ellas.
«Lilibet», de Connie Philipps, es un
personaje complejo que va tras los pasos de su anhelada libertad, muy a pesar
de los estigmas de la vida misma, a veces caótica o sin mucho sentido. La
realización personal es el tema central de esta hermosa historia, demarcada con
pinceladas de paz y armonía.
«Sueños atados», de Clara Salas, es una metáfora de
la vida en su faceta más oscura, o gris. Los sueños se frustran, las metas no
se cumplen y los deseos de vivir se apagan. Que nadie nos quite los colores, es
la voz de Clara.
«Muñeca rota», de Elena de Yta, con sucesos que
despiertan del letargo a quienes no quieren ver lo evidente, se centra en ser
un espejo de la realidad. Allá afuera, el mundo es peligroso. En las esquinas,
la muerte acecha. Elena no tiene reparos en ser clara, con una voz que tiene un
acento marcado y toma partido por la vida.
«Declaro que creo en mí», de Melita López, el cuento más
extenso de este libro, es una denuncia social que se centra en desnudar las
aberraciones de los lugares más alejados del Perú profundo. Detrás de una
sotana, con el consentimiento muchas veces de una sociedad machista, se
esconden oscuros secretos. La injusticia, en la prosa de Melita, es una
condición natural, propia de las que no pueden defenderse. Con matices del
misticismo amazónico, esta hermosa historia se empecina en dejar un sinsabor en
los lectores.
Y «La linterna», de Esther Villafuerte, es un cuento ligado a la desesperanza de huir
del enemigo. No todo lo que parece amable, lo es, lo reafirma Esther. La
confianza es una delgada línea que puede terminar en tragedia, pero también es
un punto de partida de un gran aprendizaje que debe tomarse en cuenta durante
toda la vida.
Recomiendo, con creces, la lectura
de «Agonías”. Sin lugar a dudas, «ellas tienen algo que decir…».
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