El falso Dublín de un héroe llamado Joyce

Escribe: Álvaro Ique.

Mi intención fue la de escribir un capítulo de la historia de mi país, y escogí Dublín para su escenario porque la ciudad me parecía el centro de la parálisis. -James Joyce.

Quince historias cortas e independientes conforman el memorable libro «Dublineses» del irlandés James Joyce, publicado en 1914. Para algunos es un libro de cuentos complementados entre sí que deben ser leídos en su conjunto, y para otros –los desconcertantes críticos– es una «composite novel» (novela compuesta) cuyos textos debidamente integrados tienen correlación entre las partes. Acerca de estos textos integrados, Anderson Imbert los propone como libros «descompuestos», «desarreglados» y «descompletados»; Lauro Zavala los reconoce como novela fragmentaria y minificaciones integradas.

En otras palabras, es la estética de la fragmentación representando un universo fracturado donde nada puede ser verificado como centro, pues la trama es indefinida. No existe la ficción lineal, ya que cada relato está dotado, a su antojo, de cambios repentinos de tiempo y espacio. Son varios los papeles protagónicos y múltiples los puntos de vista. Hay exigencias por doquier acechando al lector, y se puede quitar o aumentar nuevos relatos sin que ello perjudique su sentido, y como broche, carece de final. Vale mencionar algunos narradores americanos con estas particularidades: Jorge Luis Borges («Historia Universal de la infamia»), Guillermo Cabrera Infante («Delito por bailar chachachá»), Gabriel García Márquez («Doce cuentos peregrinos»), Juan Rulfo («El llano en llamas»).

Mencionar esta noción acerca de la novela compuesta no nos aleja del célebre libro «Dublineses» de James Joyce, quien fue un escritor único y uno de los autores más influyentes del siglo XX, cuyo libro Ulises (1922) es la cumbre de las obras maestras modernistas.

El Dublín «de» Joyce no es el mapa literal de la ciudad.

James Joyce, por amor a Irlanda –la tierra donde nació–, tuvo que reinventar Dublín para sentirse él y no otro. Joyce, que sabía mucho de la intimidación por medio de la manipulación retórica como un juego de naipes, supo modificar Dublín de acuerdo a sus puntillosos deseos y a las particularidades con las que iba armando sus relatos; para ello utilizó el contenido nostálgico, artístico y memorioso que su imaginación le sugería y todas las apariencias que los datos le proporcionaban, y las construcciones de breves y amplios términos que encontraba en la grisura mental. De ese modo, la alusión irreal de la «otra» ciudad produjo la revelada duplicación. Explora el sentido colectivo, examina la superficie y el fondo «sucio» del intrincado social. Se nota el efecto dominante de Dublín. En parte es la ciudad gloriosa que ansían los dublineses, pero será un sueño imposible en tanto no mejoren.

Los críticos ingleses achacaron al libro de «cínico», pues se sentían cómodos con una narrativa realista cargada de vidas ejemplares, victoriosamente reformadores.

El libro también contiene simples curiosidades de la idiosincrasia humana –en este caso la irlandesa–. Un fresco de una ciudad altiva, pobretona, que ha renunciado a la felicidad y se encuentra estancada en una inmovilidad moral.

El «color local» en nada opaca el tejido de la escritura, maestría lingüística sin par. No todo es brillo y exageración en «Dublineses». Los relatos «Los muertos», «Un caso muy triste», «Arabia», «Un encuentro» son piezas de una autenticidad magistral.

Es una extraordinaria patraña literaria que Joyce utilizó para mostrarnos la estupidez, la hipocresía, el nacionalismo, el puritanismo, el derrotismo, la corrupción y la intolerancia religiosa. Y para que los demás «comprendan la realidad de una manera distinta».

La riqueza estilística de este extraordinario escritor que reproduce la vida y no lo niega, nos deja la sensación mágica que solo la palabra artística produce: un objeto irreal bello sostenido por el artificio retórico que integramos a nuestra existencia como una manera de enriquecimiento espiritual.

Dublineses es una admirable ficción acerca de los seres humanos emboscados en el ilícito y en el vacío existencial, suficientes para provocar tragedias irreparables en una sociedad que mal vive repitiendo el disparate: «perdimos desde un comienzo y nos acostumbramos». Esta y algunas otras ciudades deambulan desorientadas, engullidas casi por la robusta bestia del conformismo. Núcleos humanos devorados de a poco por los buitres de la infelicidad, la renuncia y el delito. Eche ojo los pueblos saharianos y las metrópolis de europeos bárbaros. Ni más ni menos la ruina material y espiritual de ciudadelas abandonadas y pobretonas, sumidas hasta la guata en el delta del Mississippi y en la manigua amazónica.




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