Relato


Autor: Jorge Farfán

Postrado en la cama tras el accidente. Aún no se acostumbraba a verse sin su pierna izquierda. Tendido sobre sábanas blancas que más para cubrir su cuerpo servían para limpiar sus lágrimas.
La terrible sensación de que va a ser así para siempre y tener que vivir con la idea de que solo por hoy día va a tolerar este dolor, repitiéndose lo mismo por el resto de los días sucesivos que le queda por vivir.
Solo tenía como compañera a su mujer. La mascota que tenían la encargaron a unos amigos por el falso embarazo de su mujer y una posible alergia en su periodo de gestante.
Una tarde se quedó dormido, como ya era costumbre. Se levantó por el excesivo calor que sentía y con sobresalto miró entre sus sábanas salir vapor como si una plancha caliente pasara sobre una toalla húmeda.
Se encogió con violencia y con las manos temblorosas retiró las sábanas y grande fue su consternación que al ver el lado izquierdo de su cuerpo donde antes había una pierna tener ahí, inmóvil, un trozo de madera consumiéndose en brasas, crepitando su fuego chispeante, rojo, ardiendo entre su cuerpo.
Su mujer llegó a la casa y lo vio ahí, postrado. Con esa brasa que hacia un ruido seco como si estuviera masticando la madera. La mujer corrió desesperada en busca de agua y gritos de auxilio inundaron toda la casa. Antonio se paró y trató de tranquilizarla. La cogió de los hombros y le dijo que está así hace como cinco horas y no avanzó ni un centímetro más allá del límite de su rodilla, justo en la linea donde se produjo la amputación.
Ahora caminaba sin ayuda externa. No con agilidad, pero si con precisión.
Cuatro meses encerrado en la casa, decidió salir a la calle a ver a sus amigos a los que renunció a ver después de la amputación. Los citó en un lugar a tomar una taza de café. Ya todos estaban enterados de su peculiar condición, pues había sido noticia a lo largo de las últimas semanas.
No hubo preguntas y solo atinaban a ver su nueva pierna cuando una ráfaga de viento aviva las brasas de su nueva extremidad.
La noche les fue agradable y se reencontraron después de mucho tiempo. Se despidieron. Alguien se ofreció a acompañarlo. El movió la cabeza, diciéndole que tal vez para otra oportunidad.
Lo vieron partir, atravesando la noche con la pierna llena de luz, ya no de fuego. Se fue caminado sin esquivar a las personas, saludaba con cortesía al que se le cruzaba.
Por su largo caminar en la noche de la ciudad solo esquivaba a los charcos y las hojarascas que se encontraban por ahí. //

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