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Utopías y desvaríos (31)


 
 


Llega a la casa de mi madre, un hombre acompañado de una niña, se detiene, y, escandaloso, toca el claxon de su motocicleta. Mi madre sale a ver, pregunta, "¿qué desea?" El tipo no tiene la amabilidad de bajarse, en absoluto; más bien, desde su lugar, vocifera: "¿está el ingeniero?"

Yo, que yacía en mi cuarto escuchándolo todo, desocupé mis manos y postergué así el placer extremo que estaba a punto de conseguir. Enseguida me vestí,  porque casi no llevaba ropa, y me fui acercando a la ventana.

"¿Quién lo busca?" La mujer que me dio la vida, me imagino, quiere saber quién anda tras mis pasos. A lo mejor es un violín, o un rarito… Se acerca a él. "Un colega, señora", dice el hombre, "¿pero cómo te llamas?"

Miré hacia el exterior, con el afán de librarme de mis sospechas.  ¡No me equivoqué!

"Soy su colega, ¿etá?" El tipo estaba dispuesto a no dar su nombre, así le preguntaran un millón de veces. Entonces salgo de mi lugar, me aproximo a toda velocidad con una piedra en la mano, para romperle la cabeza a ese impertinente, por irrespetuoso y bullanguero. ¡Una y otra vez le reviento la cara, a golpes! Y ya estoy feliz, solo que es mentira, nada de eso ocurre; por el contrario, mi aparición es amable.

"Te busca tu colega", enfatiza mi madre, al verme llegar. Yo pensé: "qué va a ser mi colega este sarnoso que no habla bien y que ni siquiera ha terminado la secundaria".

Nada digo. "Ingeniero, ¿en dónde etá trabajando?", me pregunta. Quise decirle la verdad, que huevear todo el día y todos los días, y que me doy el lujo de hacer lo que me satisface, con holgura; pero se me ocurrió inventarle que criaba peces. Así, de la forma más complicada que se me ocurrió en ese instante, le hablé de un proyecto de importación de alevines de Arapaima gigas (Paiche), con arancel cero, del mercado negro de África. Le dije que las medidas cautelares del gobierno peruano, estaban favoreciendo a Chile, no tanto a Perú. Y que podía ser peligroso el desenlace si no se llegaba a un pronto acuerdo. ¡Podría haber un conflicto bélico!, le dije. 

"¿Y dónde etá ubicado tu proyeto?",  me pregunta, sin entender absolutamente nada de lo que le dije. "En la Guayana Francesa, cerca de Sauce", le respondo. La niña se empieza a reír, recordando tal vez la clase de geografía. Él voltea, me vuelve a mirar. "¿De verdá?", me instiga. Pienso: "No imbécil, ni en África se produce paiche, porque es un pez amazónico, ni las Guayanas están en Sauce, animal". Hablo: "Sí, de verdad, es un proyecto grande. Los franceses están poniendo capital".

"Yo quiero iniciarme con la crianza de peces, colega. Tengo habilitadas dos piscigranjas", me dice. "¿Y qué vas a criar?", le pregunto. "Tilapia". Yo le miro y así le digo: "Ten cuidado coleguita, las tilapias son portadoras de hepatitis B, últimamente ya nadie las cría, desde la peste que arrasó con cinco mil nativos en el Brasil… Más bien te sugiero que críes Pomacea maculata (caracol), no hay pierde con esta especie". 

El hombre que tengo al frente, a quien conozco hace más de diez años pero que no he visto en por lo menos ocho, me mira contrariado, dubitativo en si hablar o no. "Quiero alquilar una casa", me cambia de tema. "Debo ir a ver una. ¡Ya nos vemos!" Prende su moto, acelera y se va. 

Yo me regreso a mi cama, me quito la ropa, cojo el libro que había dejado de leer y me preparo para el placer extremo que pospuse.  

(M.V.) //

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