Relato: EL CELULAR

 
 


Y él estaba allí, ante el cuerpo sangrante de una joven mujer. El cuchillo que tenía en su mano derecha temblaba junto con él; aún goteaba un rojo espeso hacia el suelo. Al costado de la mujer yacía el cadáver de otro, desnudo al igual que ella: la esposa infiel. Se sentó el mismo instante que tiraba lejos el arma homicida. Quiso llorar, necesitaba llorar para lavar su mancha; pero el miedo, un miedo horrible congelaba en el pecho su voz. Los segundos de silencio que siguieron no hicieron más que terminar con el residuo de valor que le quedaba. Lanzó un grito, es que el celular de aquella, la infame que manchó su cama con otro hombre, timbraba tirado al pie de la cama.
 
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La primera vez que sospechó algo fue cuando ella no contestó su celular que sonó a media cena. Cuando él le preguntó de quién se trataba ella no le convenció con la respuesta de que era una "inoportuna amiga". Ese hecho tal vez hubiera podido pasar desapercibido y hasta ser olvidado si no fuera que una mañana al ir al trabajo tomó el celular equivocado (sí, el de su esposa) ya que compró los dos celulares del mismo modelo, uno para ella (su "fiel mujercita") y otro para él. Estando en el trabajo se dio cuenta del error y lo tomó como algo anecdótico. Cuando retornaba a la casa recibe una llamada, ya iba a contestar cuando se acuerda que no es suyo el celular; llaman nuevamente y con bastante escrúpulo presiona la tecla de contestar.

"Hola mi amor" es lo primero que escucha; la primera piedra que le da de lleno en el rostro. "Te extraño mucho cariño, sé que sólo han pasado dos días pero para mí son como dos meses, quiero volver a sentir las cositas ricas que nadie como tú sabe hacer ¿por qué no me contestas? Aló, Mariana, contéstame…".

Apagó el celular, tuvo que sentarse para poner en orden sus ideas: ¿Desde cuándo? ¿Quién era el de la voz? Lo más importante, ¿por qué?

¿Por qué, por qué, por qué? Se repetía en silencio. Estaba solo, en un parque cercano a su casa, nadie sería testigo de las lágrimas que bajaban por su rostro. De pronto se secó las lágrimas con su pañuelo y ahí, sentado en ese parque, se le dibujó en el rostro una siniestra sonrisa que revelaba una irrevocable decisión homicida. 

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Se acercó al celular que no dejaba de sonar, los amantes muertos estaban allí como les sorprendió la muerte o mejor: la justicia del esposo burlado.

Presionó la tecla de contestar: "Aló Rubén ¿aún me puedes perdonar?", conocía esa voz, esa voz era de… la difunta.//

(Por: Cristian A. Meléndez Obregón)

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