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Relato: Sobreviviente

 
 


Si David Bowie se pusiera a cantar en el baño de un prostíbulo, seguiría siendo David Bowie. Pero si lo hiciera un cantante aficionado al country, el lugar le restaría dignidad a su afición. Y eso era lo que ella sentía, más o menos, y no porque se le ocurriera cantar como David Bowie, ni porque jamás y mucho menos se le ocurriría hacerlo dentro del baño de un prostíbulo, sino porque no era él y los sentimientos se pegan al cuerpo como las moscas a un vagabundo. Era lo que más o menos sentía, con sumas y restas si se quiere. Un amor no se olvida, como tampoco se olvida el peor día de cumpleaños que se ha tenido. Pero en cuestiones de amor, ella no recordaba con esa memoria impetuosa y terca que tienen las chicas que se enamoran de la primavera, sino que lo hacía con la piel. Por eso ella consideraba a su piel como un linóleo sobre el que se deslizaba un rocío y la dañaba. Tenía esa fragilidad de las nubes en noviembre y esa luminosidad de los fósforos artesanales que la hacían distinguir entre las demás chicas de la oficina. Y del barrio, faltaba más. Y ella lo sabía, aunque no quería tomárselo mucho en serio, pues en las fotografías o en su espejo, nada podía decirle con tanta certeza que era la mujer más hermosa que un hombre pudiera haber visto en la vida real y en las revistas de moda. Y eso a ella le daba la seguridad de que su dolor no se parecía a ningún otro, como alguna vez leyó de un escritor con nombre de boxeador. Pero así y todo, su dolor era el mismo que el de una multitud de hinchas luego de un campeonato perdido. Por eso el amor para ella era un mutilado de guerra sin compensación ni merecimientos de parte de la patria cuyo territorio defendió sin miedo. Y lo era porque había sobrevivido a muchas batallas sin armas de fuego con qué disparar ni defensas que encontrar. Y sin honores en la pechera, claro.

(Escribe: Ronald Arquíñigo Vidal)

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