Relato: El sicachero


Autor: Mardell Tello Pérez. (Lamas, 1939) Ganador de una edición de los Juegos Florales El Tarapotino y autor de un libro de poesía y otro de los origenes del cacao, café e indano ("Sabores de mi tierra"). Famoso por ser el creador del prodigioso Zanku Zanku. 


En la ciudad de Lamas, como en muchos lugares de la selva, no deja de haber cuentos, chistes y leyendas, como también simplones y pendejos.

También, gente humilde y trabajadora ayudándose unos a otros, comerciantes y ganaderos que hicieron su fortuna a base de esfuerzo y sacrificio. 

Empleando su inteligencia y habilidad, estas personas llegaron a dominar el territorio, convirtiéndose algunos en pequeños gamonales.
Como siempre en todas partes del mundo, no hay ni habrá nunca igualdad social, aunque el planeta se llene de sangre, siempre existirá el "simplemente animal", el "animal de carne", el "hermano mayor" y el "sacerdote que jode". En una frase, la dominación del hombre por el hombre.

Sucedió que en esta localidad, había un hacendado y comerciante a la vez. Como todos de su condición, tenía un fundo fuera de la ciudad.

Este hombre era recto, sincero y justo con los que se lo merecían.

Los que querían ganar su jornal sin trabajar o mejor dicho, los haraganes y mauleros, le aborrecían; otros estaban contentos porque siempre había algún regalito por sus responsabilidades.

En este fundo trabajaba un peón de nombre Zerapio. Era un hombre alto, enjuto, de nariz pronunciada, su rostro estaba surcado de arrugas que parecían un mapa trazado por la mano de un pintor borracho.

Zerapio era la mano derecha del patrón, su hombre de confianza.

Un día el patrón le dijo: 

―Oy Zerapio, quiero franquearme contigo: soy Masón. 

Zerapio dio un salto atrás, asustado. 

―Qué me quieres decir con eso, patrón, ¿me ves con cara de maricón? ―le respondió.

El patrón se destornilló de risa, se revolcó en el suelo hasta llorar de tanto reír. Cuando se calmó, miró a Zerapio. 

―Ah, muchacho, no me has entendido, quiero decirte que soy masonista,  o  sea  que  pertenezco  a  una asociación o logia llamada Masones. ―Y siguió hablando el patrón: ― como ya me queda poco tiempo para morir, quiero encargarte un favor; mira, toda mi familia son gordos y diabéticos, solo yo no tengo, ¿por qué razón?, porque desde pequeño me ha gustado comer sicacho   (raspado   de   la   paila   de   hacer chancaca); es una gran cosa para adelgazar y para los diabéticos. Cuando se come una buena porción, nos da mucha sed y hay que tomar bastante agua con lo cual se llena nuestro estómago y no se come mucho. Cuando me muera haz tu chancaca y saca tu sicacho y véndelo a todos, en especial a los gordos, con ese producto te harás rico. Te dejo el trapiche con dos toros, cinco hectáreas de monte virgen y siete hectáreas de cañal; aquí tienes los documentos. ―Y los puso en las manos de Zerapio.

A los dos meses murió el patrón; hasta ahora lo recuerdan los viejos.

En cuanto a Zerapio, cumplió su cometido: empezó a repartir su sicacho cada tres veces a la semana.

Al cabo de un tiempo, Zerapio se volvió rico, la gente ya no le llamaba por su nombre sino cariñosamente le decían: 

―¡Hola Sicachero!... 

De repente Zerapio se enfermó, le llevaron al médico y este le detectó DIABETES AVANZADA.

¿Qué había pasado? Zerapio, por vender el sicacho, se había olvidado de consumir su producto. Le gustó la platita, se había vuelto kullkiwicsa, o sea, un AVARO. 
Murió Zerapio. //

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