Personaje ilustre: Horacio Quiroga


(Información proporcionada por Oswaldo Gonzaga Salazar)

Reseña biográfica

Nació en Salto, Uruguay, en 1878, y murió en Buenos Aires, en 1937.

Uno de los dos más preclaros maestros del cuento corto en la literatura hispanoamericana. Escritor uruguayo cuya vida estuvo de comienzo a fin signada por la desgracia y fatalidad. Siendo muy niño aún, fue testigo de la accidental muerte de su padre, al escapársele un disparo de su escopeta. En su adolescencia presenció el suicidio de su padrastro, víctima de una parálisis cerebral.

Sus dos hermanos, Pastor y Prudencia, mueren de fiebre tifoidea.

También ese año mata accidentalmente a un gran amigo intimo mientras limpiaba un arma.

En 1915 su joven esposa se suicida dejando dos hijos huérfanos. En 1927 se casa con la jovencita María Elena Poravo, compañera de su hija. En 1937 esposa e hija lo abandonan partiendo a Buenos Aires.

Logró su jubilación, pero la enfermedad que le aquejaba – próstata – se agudiza y se le declara un cáncer.

En 1937 decide poner fin a su vida ingiriendo cianuro.


Elevó el cuento a un sitial nunca antes siquiera sospechado, emulando brillantemente a los grandes maestros. De Chejov aprendió el tono agrio, duro, la preocupación por el fondo y la acción; de Poe, el misterio, la alucinación, la muerte; de Kipling, el sentido profundo de la naturaleza. Tal vez por sus experiencias vividas, sus mejores relatos versan sobre temas trágicos: muerte, fracaso, alucinación, miedo, lo sobrenatural, como lo podemos ver en el cuento MÁS ALLÁ que presentamos; sin embargo, no todas sus historias son como los de "Amor de locura y de muerte"; su primer libro importante que publico contenía los deliciosos "Cuentos de la selva", auténticos relatos infantiles con moralejas de profundos y delicados sentimientos humanos que nos dicen bien a las claras del educador que fue. Dentro de estas candorosas historias está "La abeja haragana", un clásico ya del cuento infantil universal.//

Obras. "Los arrecifes de coral" (Poemas, 1901), "El crimen del otro" (Cuentos, 1904), "Cuentos de amor, de locura y de muerte" (1917), "Cuentos de la selva" (1918), "El salvaje y otros cuentos" (1919), "Anaconda" (Cuentos, 1921), "El desierto" (Cuentos, 1924), "Los desterrados" (Cuentos, 1925), "Pasado amor" (Novela, 1929).


LA ABEJA HARAGANA 
(Condensado)

Había una vez una abeja tan inteligente como haragana. Disfrutaba la vida volando de flor en flor chupándose la miel mientras que las otras hermanas trabajaban duro para producirla, sobre todo para las abejas recién nacidas. Ya le habían llamado fuertemente la atención y advertido del castigo sino accedía a trabajar, hasta que le cerraron la entrada, justo cuando se descargaba una fuerte lluvia.

―¡Compañero, por piedad, tengo frío! ¡Me voy a morir!
―¡Imposible! Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado en el trabajo, vete! ―y la echaron.

Buscó refugio y fue a dar en una caverna que no era más que el hueco de un árbol habitado por una víbora, una culebra verde presta a lanzarse sobre ella. "¡Oh!, qué tal abejita, no has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas. ¡Te voy a comer!"

―No, no es justo que usted me coma por ser más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.
―¿Oh, sí? ¿Tú conoces bien a los hombres? ¿Tú crees que los hombres que le quitan la miel a ustedes, son más justos, grandísima tonta?
―No es por eso que nos quitan la miel.
―¿Y por qué es entonces?
―Porque son más inteligentes.

Pero la culebra se echó a reír, exclamando:

―Bueno, con justicia o sin ella, te voy a comer de todos modos.
―Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.
―¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? Se rió.
―Usted no puede hacer lo que yo: desaparecer. 
―¿Cómo?, ¿desaparecer sin salir de aquí?
―Sí, y sin esconderme en la tierra
―¡Hazlo! Y si no lo haces, te como enseguida.
―Dése vuelta y cuente hasta tres, luego búsqueme y ya no estaré más.

Y así fue, no estaba por ningún lado. Había desaparecido 

―¿Dónde estás? Aparécete. Te juro que no te haré daño, ¡vamos!

¿Qué había pasado? Muy sencillo, las hojas de la sensitiva, una planta, que al menor contacto, se cierran, la envolvieron, ocultándola.

La inteligencia de la culebra no dio para tanto y quedó muy irritada. Esto la salvó, pero lloraba en silencio en una noche tan larga, tan fría, tan horrible…

Al siguiente día la dejaron pasar sin decirle nada ya que comprendieron que quien volvía no era la paseandera haragana. Este duro aprendizaje de la vida, en una noche la cambió para siempre. "No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo lo que nos hace tan fuertes; yo usé una vez mi inteligencia y fue para salvar mi vida. Lo que me faltaba era la noción del deber que adquirí aquella noche. Trabajen compañeras pensando que el fin de todos nuestros esfuerzos es para la felicidad de todos; a esto los hombres llaman ideal. No hay otra filosofía en la vida que la de un hombre y una abeja.//


En el más allá de dos amantes 
suicidas (Condensado)

I. 

Dos amantes se suicidan  en un cuarto de hotel a causa de un amor imposible. El cianuro es uno de los venenos tan contundentes y y atroz. 

"Morir juntos, descansar en la muerte de ese infierno; preferimos verte muerta que en los brazos de ese hombre", había dicho papá. Haciéndolo no nos sentimos felices. Abandonamos la vida porque ella ya nos había abandonado al impedirnos ser el uno para el otro. Comprendí cuán grande hubiera sido nuestra felicidad de haber llegado a ser su novia, su esposa.

A un tiempo tomamos el veneno. Bruscamente, todos los ruidos de la calle de la ciudad cesaron después de la última convulsión, libre por fin de mi espantosa soledad. 
¡Perdóname: te amo tanto que te llevo conmigo! Ahora me sentía leve y tan descansada. Junto a la cama estaba mi madre; desesperada, me sacudió a gritos, pero Luis, diáfano a través de todo, venía a mi encuentro.

II. 

¡Amada mía: a qué precio hemos comprado esta felicidad ahora! Y yo ―dije― te amaré siempre como te amé antes, y no nos compararemos más, ¿verdad? E irás todas las noches a visitarme.

Seguía la agitación: Mira, Luis: ponen nuestros cadáveres en el mismo cajón.

Sí, como estábamos al morir. Fantasmas de amor. Pero nosotros los amantes viviremos siempre; ¡cuántos crepúsculos contemplaremos juntos!

Durante tres meses viví en plena dicha. Era puntual en sus continuas visitas; aunque, algunas veces, el hosco dolor de mamá rompía en desesperados sollozos. Yo vivía, sobrevivía, solo por el amor y para el amor. Salíamos también de noche como novios oficiales que éramos. No existe paseo que no hayamos recorrido juntos, ni crepúsculo en que no hayamos deslizado nuestro idilio.

Una de esas noches, nuestros pasos nos llevaron al cementerio. Sentimos curiosidad de ver las tumbas donde yacían nuestros cuerpos bajo tierra. Sólo una lápida de mármol que encierra lágrimas y remordimientos. La realidad, dije, es la vida depurada de errores que se eleva pura y sublimada en nosotros como dos llamas de un mismo amor. 

Nos alejamos de allí dichosos y sin recuerdos a pasear por la carretera, nuestra felicidad sin nubes.  

III. 

Pero comenzamos a sentir ambos una melancolía muy dulce cuando estábamos juntos y muy tristes cuando nos hallábamos separados. Ahora, en nuestras citas, pasábamos casi todo el tiempo sin hablar, como si ya nuestras frases de cariño no tuvieran valor alguno para expresar lo que sentíamos.

Salíamos y retornábamos mudos. Decíamos cualquier cosa para evitar mirarnos. Volvió la noche siguiente: hablábamos, hablábamos y hablábamos, todo en vano: no podíamos mirarnos.

La última noche apoyó su cabeza en mis rodillas, "mi amor...", murmuró. "Cállate", dije yo, "¡amor mío...!", "¡Luis, cállate! Si repites eso otra vez…", su cabeza se alzó y nuestros ojos de espectros, se encontraron otra vez desde hacía muchos días. 

―¿Qué? ―dijo Luis― ¿Qué pasa si repito?
―Tú lo sabes bien ―respondí yo.
―¡Dímelo!
―¡Lo sabes: me muero!
―No me queda sino una cosa que hacer ―dijo―¿Comprendes?
―Sí ―repuse yo; y sin volvernos a mirar, nos encaminamos al cementerio.

IV. 

¡Ah! No se juega al amor, a los novios, cuando se quemó en un suicidio la boca que podía besar. No se juega a la vida, a la pasión sollozante, cuando desde el fondo de un ataúd, dos espectros nos piden cuentas de nuestra felicidad. Dentro de un instante me besará y lo que en nosotros fue sublime se desvanecerá al contacto de nuestros restos mortales.

Ignoro lo que nos espera más allá, pero nuestro amor fue un día capaz de elevarse sobre nuestros cuerpos envenenados y logró vivir tres meses en la alucinación de idilio.

Epílogo. 

De pie, sobre la lápida, Luis y yo nos miramos largamente. Sus brazos ciñen mi cintura, su boca busca mi boca, y yo le entrego la mía con una pasión tal que me desvanezco…


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