Relato: El fantástico aguajal


Autor: Carlos Villacorta Valles
Moyobambino de nacimiento, universal de conocimiento. El presente relato corresponde al libro "Vamos a la selva amazónica".


El aullido de los perros que la distancia devoraba, llegaba a los oídos de un pensativo Tomás como arañazo de malagüero. Tenía que encontrar los aguajes, eran su sustento, por ello trataba de disipar la temible voz de la selva que no conocía con los sonidos del bosque que como dulces trinos le llegaban. Un airecillo tropical azotaba sus lacios cabellos, levantándolos ligeramente. Le habían dicho que por esos peligrosos parajes había grandes aguajales.

Silencioso avanzaba por un angosto camino. Ya presentía el aguajal por toda su piel. El olor a cocha y pantano le estrellaba suavemente a través de los hilos finísimos del airecillo tropical que cada vez eran más aromáticos, con ese olor silvestre de aguaje fresco y ácido, que solo los aguajeros lo pueden percibir de los aguajes.

De pronto se abrió ante su vista, un impresionante y fantástico bosque de árboles de aguaje ―¿Alguna vez alguien ha visto algo semejante― se preguntaba Tomás. Se paró un instante, cerró los ojos y los abrió lentamente para comprobar si era cierta tanta maravilla. Ahí estaba, exuberante, inmensos racimos de color marrón oscuro amarillento de los aguajes.

¡Qué cosa! ¡No puede ser! Un pavoroso escalofrío, un hielo macabro de inmediato recorrió por sus asustadas venas. La dicha se transformó en angustiante y plomizo miedo. ―¿Será un engaño del maldito pies torcidos?―, pensó y pensó. Le vino a la mente tantas desgracias sucedidas por esta causa: Locos, tarados, ciegos, chejos, muertos en vida deja el chullachaqui burlón a los distraidos solitarios que se dejan llevar por su melifluo poder engañoso, entra a nuestra mente y nos lleva donde quiere. Pensó en la Juana y sus hijitos, sus amigos, sus vecinos, lo malo que se porta a veces.

―¡No! ¡No puede ser! Estoy viendo con mis propios ojos. Ahora debo tocarlos.

Tomás caminaba, caminaba y caminaba, se agitaba desesperado queriendo coger los aguajes que parecía tenerlos a la mano, pero estos se alejaban, se alejaban y se alejaban con la sutilidad de estar siempre quietos.

Por fin llegó, los cogía, los abrazaba, los ponía en la cara, daba vueltas de contento por uno y otro lado.

Ran, sintió que los aguajales le quemaban las manos, el aguajal lanzaba rayos luminosos. Una lluvia de fuego cayó sobre su cabeza y una hilarante risotada con sonido de lejanía fue lo último que escuchó. Lanzó un chillido agónico como aullido y se perdió en el remolino de su mente. Se cubrió la cabeza con las manos y cerró los ojos para soportar las miles de hinconantes espinas que inclementes sentía que se le clavaban en el cerebro, y cayó como un tronco.

―Dice la gente, que cuando escuchan un aullido hilarante en el fondo del bosque, es que alguien ha sido atrapado por el poder mentiroso del shapingo. El shapingo, es nuestra propia mente que nos atrapa en la soledad cuando no lo alimentamos con buenas lecturas― terminó diciendo el maestro, al concluir la narración.

  Un suspiro hondo se dejó sentir en el aula y a lo lejos, en las profundidades de la selva, el silbido de un lastimero aullido se dejó oír. Nadie lo escuchó. Solo tú.//

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