Relato: Sofía


--> Y abres  los ojos al despertar, pero en el acto los cierras, la abundante luz entrando por la ventana sobre tu cara te ciega.  Estiras los brazos largos hacia la cabecera de la cama, y abriendo la boca, buscarás desperezarte suspirando un sueño. Sentirás  el tibio sol de la mañana invadiendo tu cama, calentando las sabanas, quemando las paredes empapeladas. Te darás la vuelta muy despacio, abrazando la almohada contra tu pecho, haciendo que la sabana blanca corra a un costado de tu cuerpo tibio que quedará semidesnudo ante la claridad del día. Permanecerás recostada con los ojos cerrados, tratarás de dormir,  aferrarte a un sueño que se ha ido, subirás la almohada sobre tu cara y te quedarás inmóvil, respirando el olor de la almohada y oirás el canto agudo del paucar en la huerta. No conseguirás dormir. Te parecerá oír una variedad de pájaros cantando al mismo tiempo. Tendrás los ojos  cerrados en vano, pero habrás oído que el aire recorre el cuarto moviendo las cortinas y maderas de la ventana y habrás oído el   ruido de la calle e imaginado el fondo de la mañana.

—Te tienes que levantar —te dices. Piensas: caminar, mirar, ducharse, el día. 

Intentas abrir los ojos para ver al paucar, pero no lo haces por la sensación de que esa luz del sol maltrate tus pupilas y te haga doler la cabeza y los ojos. Imaginas que en la huerta no solo hay un pájaro si no muchos pájaros picoteando los mangos y carambolas maduras, imaginas los nidos colgando de las hojas de la palmera. 

Piensas en el sol que ha salido muy alto, debe estar quemando las casas de calamina, las calles y paredes de cemento de la ciudad. Te debes levantar, votar a un costado la almohada, abrir los ojos despacio, observar por completo y descubrir que la claridad del día ha  invadido tu cuarto. Cuando lo hagas, tus ojos confirmaran que el aire recorre y mueve débilmente las cortinas celestes de la ventana abierta. Recuerdas que no lo has cerrado, por que en la noche el calor soporífero  no te había permitido  conciliar el sueño, querías que entrara el aire fresco, querías ver las estrellas en ese pedazo de cielo abierto.  

Te debes levantar ahora, por que ya es muy de día, dejar la sabana blanca aun lado, sentarse con los pies descalzos sobre las losas heladas, mover tus cabellos desordenados, abrir la boca y estirar los brazos. Tus ojos se resistirán a mirar por la abundante luz del sol que invade tu cuarto.  Te pondrás de pie, caminaras agarrándote los cabellos con desgano, acomodarlo a un costado del hombro derecho y frotarse la cara a dos manos, luego frotarse los ojos con los dedos. Acercarse al espejo redondo de marcos dorados, ese espejo empolvado y grande que mira todo tu cuerpo, y te fijas en tu propio rostro reflejado, tu yo de rostro bonito, de ojos color café, de nariz respingada y tus labios de rosa.  

—Sofía, ya eres toda una mujer. —Sonríes.
Mirándote la cara, tus ojos, el cabello desordenado, le hablas a ese otro yo que hace los gestos que tú haces, altiva, risueña. Gritas. 
—¡Ya soy una mujer, soy la princesa de tus sueños Mario!

Tocas tu cara delgada y blanquiñosa, juegas con tus cabellos negros y lacios. 

—Eres una princesa, hermosa.

Y dando media vuelta, caminas hacia la ventana soltando  y moviendo el cabello abundante. El tibio sol toca la piel de tus brazos y el rostro terso, tus ojos se resisten una vez más a mirar la luz brillante del sol. El aire ventila tus cabellos desordenados sobre tus hombros semidesnudos. Miras el sol a lo lejos, brilla como una bola de fuego sobre la cumbre boscosa y azulada que rodea la ciudad. Ves ese jardín de flores rojas y amarillas del huerto de enfrente, el valle verdoso junto al rio  que se extiende de largo bajo el cielo infinitamente azul. La ciudad reluce crecida, con diminutas casas de tejas, de calamina y cemento, en perfectas líneas rectas, edificios emergentes, altos, luminosos como inmensos espejos incrustados en los cerros, calles anchas y largas, arboles que dan sombra a las casas y calles arenosas. Ves ese horizonte azulado con nubes blanquecinas que se elevan como humos dejados por alguna pitada de cigarro. Buscas con la mirada a ese paucar bullanguero en medio de las ramas de mango, de las carambolas y toès, lo vez gritando sobre los mangos amarillos, sacude su plumífero cuerpo abriendo el pico, picotea una y otra vez. Suspiras. Te frotas la cara con las manos, no puedes dejar de pensar en él. 

—Solo sé que te amo… Mario. —(Susurras)….

Te vuelves hacia la mesita de madera de junto a la cama, prendes la radio y sintonizas La Calle 101.5, tu amor es un secreto, oyes esa canción y coges el peine grande que parece un inmenso gusano con púas, suavemente rasgando esos cabellos negros te peinas. Sigues pensando en el, su cara y su sonrisa fija cuando te miraron en la tarde de recreo del Jueves, sus palabras de un saludo cordial, hola soy Mario, un compañeros más. Sin darte cuenta estarás observando un bebe calato que abre la boquita como un pequeño pichón viendo a su madre. Lo coges con una mano, te parece muy tierno, dulce, le das la vuelta y ves el calendario del año. Cuando lo pones en su sitio, descubres una nota escrita en un papel cuadriculado de cuaderno "Tarea de Historia para el lunes, ir a la casa de Mario, el tiene libros de historia. Me dijo que me vaya cuando quiera. Jr. Miguel Grau 249".


Teodomiro Chinguel Santos

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