(Este es un caso prioritario, de necesidad; vean: Por el descampado de enfrente, unas musas primitivas que residen en un helicón improvisado sostenido en el aire por nadie e inmóvil, no reparten sueños ni afanan a poetas. La razón, dejando constancia de que mi apreciación pudiera parecer inventada, es aquello que le rodea. El escenario es sombrío: si nos fijamos bien, lo que está abajo, cerca del alambre, es un dibujo hecho con carbón, y los clavos, ¡ah!, y también el alambre, a propósito, no han sido usados más de una vez. Creo que aquí, apartando la modestia a un lado, lo que sobra son las rosas que están más allá. Las musas sí gustan: ellas tienen alas de quirópteros, los brazos llenos de pelos, las cabezas ensanchadas con orejas grandes y las bocas entreabiertas con dientes minúsculos y afilados. Las más grandes poseen hasta tres cabezas y cinco bocas; en cambio, las de menor tamaño, a veces no cuentan más que con algún órgano mal ubicado. El clímax del caso que referimos, termina aquí: el dibujo hecho con carbón está sobre una piedra, y este refiere a una musa enamorada de una cápsula de alguna violeta adúltera que la abandonó a su suerte. REFIERE, digo, aunque sólo se muestre dos rayas superpuestas, porque las canciones lo dicen. Y las canciones son los truenos y las nubes grises que pronto harán caer agua sobre la piedra con el dibujo hasta borrarlo.)
El gallo gallina La novela de Oswaldo Reynoso “El gallo gallina”, editada por una editorial peruana que ha tenido a bien transcribirla de un original publicado a mimeógrafo, según palabras del autor, hace más de cinco décadas, es una verdadera muestra de ingenio, por ser un compendio de sucesos narrados en distintos tiempos y estilos literarios. Una “gallo gallina” es un gallo de pelea que se asemeja a una gallina en apariencia; con esta peculiaridad, engaña a su rival, a quien después de haber confundido y al punto de alterarle las hormonas, logra vencerlo. El de esta historia, por la trama y su mismo nombre, “Civilísimo”, es un gallo de suma importancia. Tanto su dueño, apegado a su animal al punto de llorar por él y embriagarse al máximo, el adolescente que por desgracia lo hurta, el cocinero que parece haber pactado con el diablo para obtener la receta de una pachamanca sin igual, los inoportunos apristas, los maestros oradores y sobones, los mendigos, y finalmente, el minist
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