Humberto del águila, un escritor de magia
Escribe: Luis Alberto Vásquez.
«La selva bajo el sol de enero, se llenaba de flores y de aromas. Todo tenía exuberancia. En las hojas de las palmeras, abiertas como grandes abanicos, los guacamayos hundían el curvo pico en el moño de las hembras y lanzaban al viento su grito monótono. Los pájaros, con erótico apresuramiento, colgaban sus nidos. Al caer la tarde, los jaguares en celo rugían reclamándose para la nocturna cita...». Así se inicia el cuento más conocido de Humberto del Águila Arriaga, «El Collar del Curaca». Un remolino de palabras extraídas del bosque mágico donde vivimos, una descripción maestra de un pedacito de tiempo de la selva, donde combina la fuerza salvaje del monte con la ternura indescifrable de la flora y la fauna, para darle a la literatura amazónica el nervio que une lo maravilloso de la Amazonía con los sueños esperanzadores de los hombres y mujeres, que aspiran a vivir, con justicia y en armonía con la naturaleza.
Humberto del Águila une esos sueños tejiendo
las palabras, amoldando con frases de arcilla cada historia, que había
escuchado de niño a sus abuelos, a los apus y curacas de aquel territorio
mágico, donde ha caminado su esperanza. Por eso, los cuentos de este escritor
olvidado, tienen la bravura de un río torrentoso de la montaña, la fuerza de
aquel boscaje misterioso y al mismo tiempo, la ternura de una lluvia fresca que
el viento de la mañana acaricia dejando aromas de orquídeas en la comarca.
Pero las historias de Humberto del Águila no
esconden el salvajismo de la montaña, cuando en el cuento «Los celos del tigre»
nos narra: «...gritos espantosos de terror y de muerte dominaron el estruendo
de la fiesta. La tribu en masa, precedida por el brujo, se precipitó al tambo
de los jóvenes esposos, y al fulgor de las antorchas vieron sobre el tálamo los
desgarrados cadáveres de Sinchi y Yúrac, y a Yana, que, rugiendo sordamente,
lamía la sangre que se escapaba del pecho de la joven esposa. Así murió Yúrac
—según dijo el brujo— por desobedecer los mandatos del Gran espíritu».
El escritor moyobambino tenía un gran
conocimiento por la montaña, es por eso que en sus cuentos describe con una
sabiduría aquel escenario de sus relatos como en «La última parada»: «...en sus
altas copas se congregaban por las tardes centenares de guacamayos chillones de
largas colas policromas y gafos picos, que despedían al sol con sus gritos. A
la misma hora llegaban, por parejas, los chihuacos o paucares, de cuerpos
negros y de pecho amarillo, con las alas ribeteadas por una franja del mismo
color. Los paucares, dueños de una siringe prodigiosa, imitaban los cantos y
los gritos de todas las aves. Ya trinaban armoniosamente como los violinistas o
imitaban el agudo canto del tucán...».
Entonces, la lectura de los cuentos de Humberto
del Águila nos contagian esa magia que uno puede sentir hasta hoy en la
frondosa Amazonía peruana: en la divina montaña de Pucallpa, en el camino
mágico del río Amazonas para ir a visitar a los boras, en ese recorrido tan
maravillosamente inolvidable, partiendo desde Yurimaguas hacia Iquitos, en el
territorio fantástico de Chazuta, en aquellas aguas misteriosas del río negro
en Rioja o si quieren, aquí cerquita, frente a los miradores de las puntas de
Tahuishco o de San Juan, en Moyobamba, ese rincón hermoso, el de San Juan,
donde esa brisa tenue nos acaricia el rostro y la frescura de la selva inunda
nuestra alma, para encontrarnos con las agitaciones de nuestro propio corazón.
El sol en ese lugar, como en los cuentos de Humberto del Águila, sonríe en
medio del cielo celeste donde se dibujan mariposas de colores y el vuelo de un
gavilán se vuelve una ternura, cerca de la luna, que empieza a aparecer cuando
todavía es de día, para juntarse en un abrazo de amor con el sol que se va
apagando.
Desde ese paraíso uno puede divisar a lo lejos
el recorrido del Mayo y sentir el aroma de las orquídeas, junto al canto de
aquel pajarito rojo, que dibuja su pereza escondido en medio de las sombras de
los árboles.
Humberto del Águila, la charapa, el escritor
que no conocemos los moyobambinos, el gran intelectual que compartió sus sueños
con José Carlos Mariátegui, con José María Eguren, con Chocano, con Valdelomar,
con una élite intelectual que además lo respetaba, ha descrito bajo lo real
maravilloso de la literatura amazónica, la complejidad de la Amazonía, sus
mitos, sus leyendas y a sus historias reales, le ha dado ese toque prodigioso
de ficción para eternizarlos en la palabra.
Esas historias, nos cuenta el mismo del Águila,
los ha escuchado en la selva, sentado en torno a una hoguera... mientras
millares de luciérnagas, en el lindero del bosque, tejían maravillosas marañas
con su vuelo luminoso...
Desde esa selva, de alas de mariposa y
caparazones de insectos fantásticos, Humberto del Águila soñaba con ciudades
lejanas: París, Madrid, Londres, Viena, Roma, Berlín, a donde finalmente llegó,
para mirar el mundo de otra manera, pero con la misma sencillez de su sonrisa,
de su gracia, que muy bien ha descrito Francisco Izquierdo Ríos.
Los amazónicos tenemos ahora el deber de abrir
estas páginas para adentrarnos en ese territorio mágico de la palabra, donde
estoy seguro, el gran Humberto del Águila te dejará perplejo, casi temblando, y
sentirás como en «El collar del curaca», que nos dieron de beber masato, con un
poco de raspadura del miembro del achuni, para excitarnos en nombre del amor y
la literatura.
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