Poema de Frank Donayre
Florecita rockera
Florecita, que eres el brillo de
un
relámpago hermoso,
hasta que
el sol estalla en celos
y quema los
altos y llanos,
las aguas
hierven turbias abrazando
tus raíces,
los
insectos te decoran,
el
polícromo espectro de la luz es
la sonrisa
en tu cara rosa,
las hojas
del otoño florecen
a tu
sombra,
y te
angustias por una dosis
de mineral
y clorofila,
ya tus
estambres languidecen
en la
abstinencia,
que casi
mueres al caer
sobre esa
piedra.
Florecita,
que nada imita
tu sensual
silueta,
la desnudez
es una sensación
que te
habita,
un fuego
oculto que enciende tus
colores,
el dolor
que grita sin garganta
y solo
sangra,
mientras
crece la hostilidad
en las
miradas,
tu belleza
extraña
engendra
encono y envidia,
tu poder
absoluto convierte a todos
en flores
secas;
les has
quitado la luz.
Florecita,
que entregada abres
tu carne
viva,
desafiando
a la insuficiente primavera
recibes la
lluvia ácida en tu pecho
como una
heroína,
prefieres
fallecer con aroma y
dignidad
que exhibir
tus pudores,
en ferias,
festivales o esquinas,
tu logos no
se alquila ni se compra
tal y como
enseña la profecía:
«todos los jardines sin orquídeas
son
panteones de pedruscos
y espinas».
Mientras tanto
tu corazón palpita
al otro
lado de los puentes,
al filo de
la cascada,
cuyas rocas
amenazan con caer
sobre mí.
Florecita
rockera,
tú me
abandonaste
cuando
incendié el último bosque
y ningún
río me dio agua limpia
para poder
lavarme las heridas.
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