Tristan Tzara en el «Cabaret Voltaire», la guarida de impíos, locos y rebeldes
Escribe: Álvaro Ique.
Entre 1909 a 1920 las intuiciones de Nietzsche,
las vanguardias artísticas como la desenfrenada experimentación poética
dadaísta ─anarquista, rebelde, utópica, provocadora, destructiva; caótica,
imperfecta─, fueron los elementos de contraposición a la tradición, al
conservadurismo artístico y al espíritu anticuado de las costumbres. Fue el
antiarte y la conciencia de la negación sin reglas fijas, derrumbando
paradigmas estéticos que habían sido para Europa, el método, la dominación
romántica, la pasión, el heroísmo y el triunfo, cueste lo que cueste. El
anacronismo.
Rebeldía y trasgresión. Entereza espiritual y
valentía creadora fueron los combustibles en los que ardió Tristan Tzara
(Samuel Rosenstock), el poeta rumano, que junto a otros locos exaltados y de
mala fama como Hugo Ball, Emmy Hennings, Marcel Janco, Jean Arp, Marcel Slodki,
fundaron ‘con el alma emocionada’, entre escándalo, opio y alcohol, el
movimiento artístico dadaísta en el «Cabaret Voltaire» (5 de febrero de 1916.
Zúrich, Suiza) y que dio la vuelta al mundo con la mecha prendida, dando como
resultado posteriormente el surrealismo y otras tendencias artísticas.
¿Por qué los versos de Pier Paolo Pasolini y
rasgos de Tristan Tzara y nada de Paul Éluard? Da lo mismo. Es un trío de rebeldía y desesperación. De
sensualidad y carne destructivas.
¿Y estos seres estrepitosos tienen algo que ver
con el libro y desvelo neurótico «Tribulaciones»? Sin duda, como que sus
aullidos coléricos y hambrientos fuesen arrojados por un tubo de escape al
pavimento de la ciudad horrorosa. Es un texto que enerva e induce a la rebelión
y libera al domesticado, y nos mete en otra pelea, cuyo autor es el poeta
Andrés Sicchar.
Tienen que ver mucho debido a la perversión
creadora con la que el poeta construye su atmósfera poética. Su vitalidad
retórica, sin culpa y pureza, digamos, es una joda y querella letrada ─se
quejan los burócratas culturales, los puristas virginales, esos fenómenos de
circo, y los vistosos papagayos líricos sumidos en cosas tristes─, como
instrumento de indagación y estética enganchada a la urgencia públicamente
coloquial, a la paradoja, la encrucijada, la pasión, la impenitencia. Lujuria y
vindicación. Ética y filosofía. Política, epifanía y nihilismo ─sus materiales
culturales trabajados en todos sus matices─. El discurso refractario y
decantado no es pastiche cosmopolita. Y no hay una sola muestra de versos
persecutorios.
Andrés Sicchar se afana en sus ideales
estéticos como Antonio Machado al darnos luz: ‘un poema debe seguirse como el
rastro de un cuerpo, y la posibilidad de leerse como varios contenidos en uno’.
Sicchar vive con la poesía al borde. Pero no se
trata de poesía, nomás. Se trata de sed y coraje. De indignación, descreimiento
y cierta convergencia de lo epicúreo. La extrañeza acentuada. El carnaval de
los comediantes y endiosados pontificando el establishment y ‘pisoteando’ el
desencanto entrometido de los locos justicieros (no son los locos solitarios y
serenos de Cortázar que nos hicieron creer que están locos; y es que el
novelista, en cuerpo y palabra, hizo de la novela ‘Rayuela’ un desafío del
lenguaje). Y esas ansias ─las de Sicchar─ de canibalizar la historia, la vida:
‘No será si no la quinta melancolía que se acurruca/ en el elemental deseo de
estar bajo tierra’ (1.5 Capítulo 1). De un plumazo el rayo de la muerte
cayéndonos. Es la intensidad de las ensoñaciones intrínsecas.
El poeta dilucida su ficción artística sin
drama alguna, pero añadiéndole la levadura de una crítica mordaz, ronca,
persuasiva, a veces inmisericorde ─universalmente hispanoamericana─, que
ilusiona, francamente, por sus particularidades grises, semioscuras y por esos
fogonazos resplandecientes como ‘una granada colgando en tu cintura’ (1.3
Capítulo 1). La lucha emanando de la militancia política. Y zanja, el poeta, la
intrascendencia existencial acerca de la condición humana ─de ahí que el ‘polvo
cósmico’ atañe a los artistas desde su aurora hasta la infinitud.
A estas alturas ya advertimos que la glosa de
Sicchar también son asuntos de estética e ideología que vierten por los
costados del libro en cuestión («Tribulaciones». Capibaras Editores. Lima,
Perú. 2009)*.
El compromiso político tensa la autonomía
estética. Le quita oxígeno. Pero la versificación y las formas estróficas
conservan su armazón metafísico. La indagación poética ─ficción, léxico,
sintaxis y el ritmo con la que está hecho─, es una suma imposible que seduce y
arraiga la lectura.
Su nido en el mundo. El lugar de sus
querencias. El terruño amado y odiado: ‘Subversiva omnipotencia, dame un
segundo de gloria/ para salir a flote e irme a los mercados de mi Iquitos…’
(1.3 Capítulo 1). Como es que la vida majadera, entre trote, fuga y pasión, se
da tiempo de poner una bala en la mirada.
En la ciudad tuya, en el pueblito ajeno. Poeta, como dice el iluminado
Jack White, ‘¡muérete rocker, deja tu maldita ciudad y vámonos al infierno!’
El poeta, indignado, pertinaz, granulado de
estrellas hirviendo en su fulgor, fomentando el deicidio ‘…se encapricha en su
tarea de matar a Dios.’ (2.9 Capítulo 2). Las sotanas se pudren. Los milagros
de los templos desaparecen. El poeta en su montaña, omnipotente, intocable.
Metáfora y alegoría. El sello. El símbolo. El
meollo de la consigna bombeando el corazón: ‘Colorear el vacío de putísimo
rojo/. Putísimo rojo, putísimo rojo/. Putísimo rojo, rojo. Vacío demonio rojo.’
(2.18 Capítulo 2). Visiones trans reales de la república soñada.
Y hay que prestarle oídos al poeta cuando nos
dice mirándonos a través del culo de su vaso: ‘Porque admiro a las mujeres que
construyen sus vidas con esa sensación de tortura, alcohol y desdén tóxico,
mandándolo todo al demonio’. Y nos lanza estos versos: ‘Y tú, frenética
lesbiana, colocas tu clítoris gozosamente…’ (3.9 Capítulo 3). La lujuria en su
esplendor carnal mordisqueando la húmeda, crujiente y rosa clítoris.
‘Para vivir en este lugar sentimental al borde
del absurdo y hacer poesía, hay que pelar el ajo y cometer parricidio. Sólo
así. Ninguna de esas máquinas viejas y destartaladas sirven para hacer arte
poético. Ya lo sabes’. Y yo te creo, poeta. Y a esos otros jóvenes poetas
ávidos de abismos. Esta es su confesión pública: ‘En este paraje de olvidos
agobiantes y soledades infinitas, de tugurios y cloacas, en fin; hay dos formas
malvadas de hacer literatura:
escribiendo desde el púlpito de la fe y el dogma, y desde el hogar de la
tradición arcaica’. Lo dice para ‘epater le bourgeois’ (escandalizar a la
burguesía) napoleónica y provincial; y como no, a los idiotas monumentales,
esos babélicos ‘close up’, también llamados con aguda perfidia, ‘excelentísimos
y púrpuras vates, los ínclitos genuflexos
de mirada lánguida y pellejo mórbido’ que van en santa procesión rogando
premios, un busto de acrílico y porcelana, y a grito pelado exigiendo un
monumento ecuestre en la plaza principal del villorrio. Sus obras, ‘todas son
célebres’, eso dicen estos plumíferos rimbombantes. No son más que guisos
mazacotes, indigeribles. Pero exigen su monumento propio y debe ser erigido
ipso facto, ‘si quieren que la ciudad ahora sí brille’. ¡Qué tal cuajo!
La vida del poeta Andrés Sicchar, inmersa en la
escritura poética le libra de vivir entre sedas y trinitarias. Esa vida suya
urgida, atea, inconformista. Su vida extensible, enganchada al tiempo por
venir. La poesía, la política, le dieron un rol hecho para la historia de la
literatura como si fuese el último suicida del fin del mundo. El gran soñador.
¿El poeta de la refundación?
‘Tribulaciones’ de Andrés Sicchar, una obra
socialmente comprometida es un fogonazo poético para que no sigan robándonos el
pan. Y el afán de la vida.
Ojalá que al lector nunca le falte
‘tribulaciones’.
*El libro está hecho para no tener en cuenta el
número de páginas. No los tiene. Y no es misterio. Andrés Sicchar, el poeta
centinela, siempre proclive a la antítesis del caos del Universo y al
desbarajuste social causando con su arte poético, barbaridades y estrépitos.
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