Tres gatos
Rocky (o Rocoto) fue el gato más
extraño que haya llegado a esta familia. Los ratones andaban siempre entre sus
patas intentando llamarle la atención pero, al parecer, él tenía cuestiones más
importantes que atender y prefería lanzarse en persecución de libélulas,
salamandras y grillos que abundan en el jardín. Nuestra perrita Polly era la
que fungía de gato y los cazaba con destreza ante el bostezo y aletargamiento
de Rocky; luego se acercaba a él y le entregaba con el hocico la presa que se
negaba capturar. Un día desapareció y volvió la tarde siguiente a echarse en el
piso de la sala y a convulsionar.
Al poco tiempo llegó Rocky II. En
realidad su nombre era tan solo Rocky, como el primero y en honor a él. Mi
padre, que había llorado como un niño la pérdida de Rocoto, intentaba revivir
el cariño y recuerdo de su gato con este nuevo compañero. Por las noches eran
dos mosqueteros en extensas caminatas por la huerta, vigilantes de los pocos
bienes que tenemos.
Otro aciago día descubrimos en el
tubo para escurrir la lluvia un enorme gato hinchado y pestilente. Tres días
seguidos de precipitaciones nos hicieron sospechar que Rocky II, en su intento
de ingresar a casa a refugiarse fue arrastrado por la corriente y atrapado por
las piedras en ese tubo que se convirtió en su tumba.
La casa se convirtió otra vez en
un lugar triste. Mi padre, acostumbrado al afecto de su gato, se enfermó; por
lo que urgidos solicitamos un gatito que nos devolviera la alegría. La llegada
de Simba fue una respuesta prodigiosa, quién sabe, del universo. Apareció entre
las plantas, maullando desconsoladamente, tan pequeño y desvalido. Nunca
averiguamos de dónde vino, lo acogimos con profunda emoción. Desde entonces
todo ha sido travesura, desorden y exploración del mundo que para él consta de
la casa y sus alrededores.
Hace unas semanas llegó con unos
cortes en las patas. Adolorido, se escondió tres días en un horno descompuesto.
Discutí con papá sobre la necesidad de quitar el alambrado y colocar una valla
para evitarle accidentes. «Últimamente el gato permanece al frente sin intentar
pasarlo, mirándolo fijamente —le dije—, quizá calculando cómo evitarlo o
sobrepasarlo sin hacerse daño».
Esa actitud de horas frente a la
malla de alambres de púa y la densa maleza de la casona contigua me instó a
curiosear por qué teníamos un gato en recogimiento constante. Sus potentes ojos
grises siempre fijos en la nada y cada cierto trecho sus prolongados maullidos
nos ayudaron a descubrir que al costado, en la supuesta casa abandonada por los
dueños que residen en la Argentina, alguien seguía morando. Simba había sido la
última víctima de un forajido que había envenenado a Rocky I y ahogado a Rocky
II para cumplir sus fines. Sus maltrechas patas fueron el resultado del
encuentro con su atacante y ladrón de nuestro predio. Ahora teníamos respuestas
a la desaparición de rastrillos, palas y fierros en el taller de mecánica de mi
padre.
No sé por qué los tres gatos que
llegaron a nuestras vidas me han recordado un cuento de Edgar Allan Poe. Quizás
porque los tres tenían un lustroso pelaje negro o porque el destino del ladrón
estuvo marcado por la extraña terquedad de Simba.
-- Connie Philipps
Relato extraído de "Diálogos con la luna".
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