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Ricardo Palma: El padre Pata

Apreciación y lectura 

literaria

Escribe: Oswaldo Gonzaga Salazar

Ricardo Palma: hijo de la República, la democracia y la libertad

Y la más clara prueba y demostración son sus “Tradiciones peruanas” -más de 500- con su estilo irreverente y burlón, con sus certeras críticas jocosas llenas de ironía y sarcasmo, que rompieron con los amaneramientos de los escritores del coloniaje. Su verbo iconoclasta sacó adelante -junto a Prada y Chocano- una literatura genuina, auténtica e independiente de elevados kilates.
No es cierto lo que malintencionados afirman de su nostalgia del coloniaje. Palma no es un tradicionalista sino un TRADICIONISTA. Su estilo zumbón y burlesco -que aterraba a monjes y frailes- demuestran todo lo contrario.
José Carlos Mariátegui lo defiende con firmeza: “Las tradiciones tienen, social y políticamente, una filiación democrática. Sus contrarios quieren ponerle una aureola conservadora que realmente no le pertenecía. Estuvo al comienzo a favor de Castilla, pero cuando quiso hacerse dictador, se opuso a él, lo que le costó el destierro a Chile. Hay en Palma siempre un gran amor por la libertad y la democracia  que provienen desde su romanticismo juvenil”. Corroborémoslo en la siguiente historia:


EL PADRE PATA


Cuando el general San Martín desembarcó en Pisco con el ejército patriota, que venía a emprender la ardua faena complementaria de la Independencia americana, no faltaron ministros del Señor, que como el obispo Rangel, predicasen atrocidades contra la causa libertadora y sus caudillos.
Desempeñando interinamente el curato de Chancay estaba el franciscano fray Matías Zapata, que era un godo de primera agua, el cual, después de la misa dominical, se dirigía a los feligreses, exhortándolos con calor para que se mantuviesen fieles a la causa del rey, nuestro amo y señor. Refiriéndose al Generalísimo, lo menos malo que contra él predicaba era lo siguiente:
—Carísimos hermanos: sabed que el nombre de ese pícaro insurgente San Martín, es por sí solo una blasfemia; y que está en pecado mortal todo el que lo pronuncie, no siendo para execrarlo. ¿Qué tiene de santo ese hombre malvado? ¿Llamarse San Martín ese sinvergüenza, con agravio del caritativo santo San Martín de Tours, que dividió su capa entre los pobres? Confórmese con llamarse sencillamente Martín, y le estará bien, por lo que tiene de semejante con su colombroño el pérfido hereje Martín Lutero y porque, como éste, tiene que arder en los profundos infiernos. Sabed, pues, hermanos y oyentes míos, que declaro excomulgado vitando a todo el que gritare ¡Viva San Martín! porque es lo mismo que mofarse impíamente de la santidad que Dios acuerda a los buenos.
No pasaron muchos domingos sin que el generalísimo trasladase su ejército al norte, y sin que fuerzas patriotas ocuparan Huacho y Chancay. Entre los tres ó cuatro vecinos que, por amigos de la “justa causa” como decían los realistas, fue preciso poner en chirona, encontróse el energúmeno frailuco, el cual fue conducido ante el excomulgado caudillo. — Conque, señor godo —le dijo San Martín— ¿es cierto que me ha comparado usted con Lutero y que le ha quitado una sílaba a mi apellido?
Al infeliz le entró temblor de nervios, y apenas si pudo hilvanar la excusa de que había cumplido órdenes de sus superiores, y añadir que estaba llano a predicar devolviéndole a su señoría la sílaba.
—No me devuelva usted nada y quédese con ella— continuó el General; pero sepa usted que yo, en castigo de su insolencia, le quito también la primera sílaba de su apellido, y entienda que lo fusilo sin misericordia el día en que se le ocurra firmar Zapata. Desde hoy no es usted más que el padre Pata; y téngalo muy presente, padre Pata.
Y cuentan que hasta 1823 no hubo en Chancay partida de nacimiento, defunción u otro documento parroquial que no llevase por firma fray Matías Pata. Vino Bolívar, y le devolvió el uso y el abuso de la sílaba eliminada.

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