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Libros: Bartleby, el escribiente



Herman Melville:
'Bartleby, el escribiente’

El absurdo y la voluntad

Borges afirmaba que «'Bartleby, el escribiente' prefigura a Kafka». Fue publicada en 1853, cuarenta y cinco años antes de que este último esbozara siquiera sus escritos iniciales. En efecto, la primera cosa a notar de la breve pieza maestra de Herman Melville es el absurdo: un copista que se niega a trabajar y toma como vivienda la oficina de la que no puede ser echado para, poco después, ocupar el edificio entero.
Bartleby es un enigma, un incesante dato oculto. Jamás llegamos a conocer sus pensamientos ni sus conflictos interiores. Lo poco que dice apenas da luces sobre sí y, por eso, es el narrador —su empleador— quien cubre aquella carencia: intenta interpretar lo que ve en él, pero es claro que no son más que meras suposiciones. Por aquel sabemos que el copista es un hombre aquejado por el mal de la muerte. «Es un alma enferma», asegura.
Los dos grandes protagonistas del relato —el narrador y Bartleby— deberían ser opuestos y representar uno la lógica y el otro el absurdo. Pero según avanza la lectura caemos en la cuenta de que son el anverso y el reverso de una misma cosa. El primero pretende justificar su incapacidad para imponerse a Bartleby, mientras este se limita a negarse, inquebrantable y mansamente, a ejecutar orden alguna porque «preferiría no hacerlo» (su potente sonoridad original es «I would prefer not to»). Es tal la resolución de Bartleby que perturba a los demás personajes y sus maneras acaban siendo adoptadas por ellos. Así, la 'voluntad' se convierte en un eje de la historia, tal cual ocurre con otro libro de Melville: 'Billy Budd'.
Esa complementariedad también está presente en Nippers y Turkey, los otros dos copistas, en quienes la capacidad laboral y la irritabilidad evolucionan según el paso del día, y la ineficiencia matutina de uno es mitigada por el buen o mal humor del otro, papeles que intercambian por las tardes.
Hábilmente, Melville hace de su narrador un elemento activo —como Ishmael en 'Moby Dick'—, pues antes que limitarse a contar la historia, interviene constantemente con reflexiones acerca del curso de los hechos, haciendo valer su condición de personaje. Solo la renuncia a la omnisciencia hace posible el misterio de Bartleby.
¿Qué impide al empleador imponerse al empleado? Acaso un legítimo sentimiento humano: la compasión por esa debilidad, esa improbable ceguera del copista. ¿Es Bartleby real? ¿Lo es el narrador? En un escenario como la literatura, ambos lo son: dos presencias inevitables e invencibles en el constante enfrentamiento entre la pasividad y la fuerza.//
(Juan Carlos Suárez Revollar)

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