Ir al contenido principal

Relato: La panguana

 
 


LA PANGUANA
         
Hildebrando García Velásquez
(Contacto: 959438690)


En la selva peruana, abunda un ave conocida como panguana, de regular tamaño, de cuerpo casi redondo por su plumaje, color estaño, vuelo corto, carne sabrosa, muy buscada por los cazadores.

Su canto sonoro y prolongado se puede graficar por el sonido en el siguiente sintagma: "Juan – jua – juaiii".

Su canto es imitado por los regionales con silbidos, reproduciendo hábilmente los fonemas que se confunden con el canto del ave. A manera de costumbre y hábito tradicional, en los caminos, en las chacras o en el pueblo se escucha remedar a la panguana.

Algunos la imitan entre el espeso bosque para atraerla y sea fácil presa. De esa manera la infeliz panguana, creyendo que se trata de su semejante, se acerca y resulta siendo víctima del astuto cazador. 

Las panguanas cantan a intervalos, especialmente en las tardes y entre canto y canto se acercan para aparearse.

II

Pedro Sinti y su mujer, Juanita Chujutalli, vivían en un hermoso paraje a orillas del río Huallaga, cerca del pueblo de Caspizapa.

Para llegar a la chacra de Pedro había que caminar un kilómetro aproximadamente del centro poblado y en el intermedio estaba ubicada la chacra de su tío Abrahán Chujutalli.

Pedro y Juanita se casaron en uno de los días en que se celebraba la fiesta patronal de la comunidad. Era propicia la oportunidad, porque por primera vez llegó a ese lugar el Obispo de Moyobamba, y qué mejor que fuera él quien consagrara la unión de esta pareja. 

Ella, antes de casarse, tuvo su primer enamorado a escondidas. Dejando a Roldán aceptó matrimoniarse con Pedro, por  tres  razones: por consejo de su mamita, por la presencia del Obispo para el acto matrimonial y por lucir el traje blanco que le ofreció su tío, el ricacho Prudencio Chistama.

Pero le timbraba en la mente el recuerdo de lo ocurrido con Roldán hacía ya dos meses. En una noche estrellada, tuvieron una cita amorosa bajo el tronco de naranjo que había en la huerta. El frondoso árbol, cargado de dulces frutos, guardaba una discreta oscuridad. Allí se abrazaron, se besaron sin decirse nada, luego se tumbaron y gozaron felices de su intimidad. Después de levantarse, ella susurró suavemente:

―Te ruego no cuentes a nadie.
―Porque sólo nosotros y el Señor, que está arriba, sabe lo nuestro.

En ese momento, una voz ronca sonó entre las ramas del naranjo:

―¡Váyanse de aquí, majaderos!
―¡Me hacen testigo de sus indecencias!
―¡Qué tal lisura!

Los amantes desaparecieron en el acto.

Juan Pinchi, se encontraba en lo alto del árbol robando las frutas cuando los vio llegar, y en silencio les estuvo observando. 

III

Pedro y Juanita vivían felices en su tambo compartiendo sus tareas agrícolas con mucho entusiasmo. El marido con frecuencia iba de caza y volvía con una sarta de panguanas y otras presas. 

Tenía fama de buen tirador, razón por la cual quedaban ya pocas panguanas en el sector.

Meses después, Juanita trajo a este mundo un robusto varón y pidió que le pusieran el nombre de Roldán.

Llegó nuevamente la época de las festividades patronales de la comunidad. La gente vio conversar animadamente a Roldán con Juanita, mientras Pedro estaba borracho en la cantina.

Alguien comentaba en el grupo:

―Juanita saca la vuelta a Pedro.
―Siempre se le ve a Roldán merodeando por la orilla del río cerca al tambo de ellos. 

Un día del mes de julio, Pedro tenía planeado ir de caza con su tío Abrahán y regresar por la noche, pero, por razones imprevistas, ambos desistieron de dicho plan.

Juanita, al conocer que su marido iría al monte, había acordado con Roldán encontrarse en un nutrido matorral a orillas del río, y que el galán debería anunciarse remedando con silbidos el canto de la panguana.

Esa tarde, Juanita encontrábase nerviosa, pues no sabía cómo avisar a Roldán para que no asistiera a la cita.

A las cuatro de la tarde aproximadamente, Pedro y Juanita estaban en el ramadón del tambo cuando escucharon cantar a la panguana.

―¡Cómo! ―dijo él― ¿Panguana por acá cerca?
―Voy a traer la escopeta del tambo de mi tío Abrahán. Diciendo esto salió corriendo.

Juanita, en tanto, desesperada, entró al dormitorio terriblemente asustada y al salir enredó sus pies en la red de pescar y cayó de bruces sobre una gallina que incubaba en su nido. Ésta voló estrepitosamente produciendo un laberinto, pasó pisando la hamaca donde dormía el bebé, el que al sentir los rasguños lloró desesperadamente. 

Entonces Juanita encontró la razón suficiente para inventar un canto para acallar a su niño. Mientras lo mecía ágilmente entonó de su propia inspiración y en tono triste la siguiente canción:

Vuela ya panguana, vuela;
pues te quieren matar,
no he de tener la culpa
si te matan ya.

Esta canción la repetía con voz fuerte una y otra vez mirando la recta del camino por donde debería llegar su marido.

Ante la insistencia del canto, la panguana dejó de cantar. Lo cierto es que cuando llegó Pedro con el arma preparada y fue a buscar la ansiada presa, no encontró nada.

― Ya se fue, dijo, al llegar al tambo.
― Sí, ya se fue, repitió, como un eco, sonriente, la Juanita. //

Comentarios

Entradas populares de este blog

Jerga: Cutra

Es uno de tantos términos del lenguaje vulgar aún no aceptado por la Academia de la Lengua Española de nuestro país, pero usado por todos los peruanos, cuyo significado está contextualizado con el soborno y vueltos de sobrecostos en el submundo de la corrupción. Me arriesgo a opinar que el origen de este término está en la preposición contra, que semánticamente, denota oposición y contrariedad. A mediados del siglo pasado, en que se originó esta jerga, los  facinerosos que cometían  este tipo de delitos económicos, eran conscientes  de que estaban actuando en contra de la ley. "Hagamos la contra". Supongo que para "esconder" la fechoría y no sentirse acusados por esta palabra, simplistamente, derivaron el término de contra a cutra. Así la preposición contra dio origen al sustantivo cutra que sometido a la acción toma categoría de verbo: cutrear. Actualmente, sigue siendo conjugado en las tres personas gramaticales, en singular y en plural.    (  Lucio Córdova Mezo

Tradición: patrona de Tarapoto

    Patrona de la Santa Cruz de los Motilones en Tarapoto       Todos los pueblos guardan en cada uno de sus habitantes diversos matices de júbilo, devoción, algarabía y festividad; motivados por la llegada de una fecha muy significativa, por lo general de carácter religioso. En la ciudad de Tarapoto se celebra la patrona de la Santa Cruz de los Motilones, fiesta que se inicia el 07 de julio y concluye el 19 del mismo mes. Cuentan nuestros abuelos, que para la llegada de esta gran fiesta, los cabezones se preparaban con anticipación casi un año. Ya sea sembrando yuca, maíz, plátano y otros productos de panllevar, así también como la crianza de gallinas, pavos y chanchos. Cuando faltaban pocos meses para la celebración, los cabezones con sus respectivos ayudantes cosechaban los productos y seleccionaban las gallinas y chanchos para esperar la llegada de la gran patrona. La primera semana de julio, las mujeres se dedicaban a la preparación del masato de yuca y chicha de maíz.  El 07 de j

El abuelo Wilmaco

Hace unos días, en Trazos, mi amigo Reymer y yo celebramos con un six pack de latas la culminación de su novela  El abuelo Wilmaco . Se trata de una historia ilustrada que habla del amor, no solo del que sentía Wilmaco por Romina y su hijo Yaro, también del amor hacia la naturaleza. Conocí a Reymer hace unos años y desde entonces hemos sido muy amigos. No. Mentira. La verdad es que casi no lo veo, pero sí hemos coincidido en varios eventos literarios y, para ser francos, siempre he admirado su determinación y compromiso con la literatura. Cuando me dijo que ya había culminado su proyecto y me envío sus escritos para leerlos, además de sentirme muy feliz de su logro, no dudé un segundo en ser partícipe de su edición y publicación. Y, ergo, he aquí el resultado. El abuelo Wilmaco  resalta a los hombres del campo dedicados al trabajo por un futuro prometedor. Pero la vida es incierta, agradable y nefasta a la vez. Esa es la vida, y Wilmaco, con sus nueve décadas, lo sabe y entiende