De 29 balazos, en Madre de Dios, donde hace 10 años se le levantó un monumento en su honor, murió este joven poeta, a los 21 años de edad. Sus restos reposan en una modesta tumba, ahí mismo, en la ciudad en la que cayó acribillado; pero su clamor y canto poético, han trascendido más allá del tiempo palpable: la memoria. Durante su ida y regreso de Cuba, más poeta que guerrillero, acarició ese atardecer romántico que hace a los verdaderos hombres mirar el horizonte en busca de un mundo sin desigualdades, tan equilibrado y hermoso como el cielo mismo; pero sus pretensiones, ahondadas en su ímpetu rebelde y juvenil, se vieron frustradas el 15 de mayo del año 1963, mientras cruzaban el río en una balsa, él y un compañero de armas. A Heraud le tocó la peor parte, pese a que, según declaraciones de quien iba a su lado, levantaron un pedazo de tela blanca, en señal de rendición. De nada sirvió, un gran poeta y guerrillero acabó sin vida. Este año se han cumplido 50 años de su muerte. Se ha ido, como El Río, diseminándose por un bosque indeterminado, dejando rastros en todo este Perú y el mundo que lo recuerda, ahora etéreo si buscamos su cuerpo, pero palpable y seguro en su legado poético, inmortal.
//El director.//
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