Peruano ilustre: Ciro Alegría Bazán


(La Libertad, 4 de noviembre de 1909, - Chosica, 17 de febrero de 1967) 

Fundó y dirigió el periódico escolar "Tribuna Sanjuanista", en 1927. Tras una revolución aprista en 1932, lo encarcelaron durante un año. En 1934, enrumbó a Chile, deportado. Un año después, "La serpiente de oro" obtuvo un premio de la editorial chilena Nascimento. En 1939 "Los perros hambrientos", obtuvo el segundo premio de novela, convocado por la editorial Zigzag, también chilena. En 1941, "El mundo es ancho y ajeno", novela universal, ocupó el primer premio convocado a nivel de América por la editorial Farrar & Rinehart - USA. En 1960 fue el año de su regreso al Perú, y en 1963 fue elegido diputado;  este mismo año, se publicó su última obra en vida: "Duelo de caballeros" (cuentos). 

De manera póstuma, su esposa Dora Varona dio a luz una serie de trabajos inéditos. 

En vida: "La serpiente de oro" (Editorial Nascimento, 1935 - Novela); "Los perros hambrientos" (Editorial Zig Zag, 1939 - Novela); "La leyenda del nopal" (Editorial Zig Zag, 1940 - Cuentos para niños); "El mundo es ancho y ajeno" (Editorial Ercilla, 1941 - Novela); "Las aventuras de Machu Picchu" (Editorial desconocida, 1950); "Duelo de caballeros" (Populibros, 1962 - cuentos y relatos).

Póstumas: "Siempre hay caminos" (novela corta); "El dilema de Krause" (novela inconclusa); "Lázaro" (novela inconclusa), "Mucha suerte con harto palo", "Siete cuentos quirománticos", "El sol de los jaguares" (cuentos amazónicos), "Fábulas y leyendas americanas", entre otras.

(Miuler Vásquez)//


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La leyenda del ayayama

Porque en el fondo del bosque tropical, mientras la luna platea las copas de los enormes árboles y las aguas de los ríos inmensos, el ayaymama canta larga y desoladamente. Parece decir: «Ay, ay, mama». Es un pájaro al que nadie ha visto y sólo es conocido por su canto. Y ello se debe al maleficio del Chullachaqui. Sucedió así.

Hace tiempo, mucho tiempo, vivía en las márgenes de un afluente del Napo ―río que avanza selva adentro para desembocar en el Amazonas― la tribu secoya del cacique Coranke. Él tenía, como todos los indígenas, una cabaña de tallos de palmera techada con hojas de la misma planta. Allí estaba con su mujer, que se llamaba Nara, y su hijita. (...)

Nara era tan bella y hacendosa como Coranke, fuerte y valiente. (...)

La hijita, muy pequeña aún, crecía con el vigor de Coranke y la belleza de Nara, y era como una hermosa flor de la selva.

Pero he allí que el Chullachaqui se había de entrometer. Es el genio malo de la selva, con figura de hombre, pero que se diferencia en que tiene un pie humano y una pata de cabra o de venado. No hay ser más perverso. (...)

El Chullachaqui los ahoga en lagunas o ríos, los extravía en la intrincada inmensidad de la floresta o los ataca por medio de las fieras. Es malo cruzarse en su camino, pero resulta peor que él se cruce en el de uno.

Cierto día, el Chullachaqui pasó por las inmediaciones de la cabaña del cacique y distinguió a Nara. Verla y quedarse enamorado de ella fue todo uno. Y como puede tomar la forma del animal que se le antoja, se transformaba algunas veces en pájaro y otras en insecto para estar cerca de ella y contemplarla a su gusto sin que se alarmara.

Mas pronto se cansó y quiso llevarse consigo a Nara. Se internó entonces en la espesura, recuperó su forma y, para no presentarse desnudo, consiguió cubrirse matando a un pobre indio que estaba por allí de caza, robándole la túnica, que era larga y le ocultaba la pata de venado. (...) Fue bogando hasta llegar a la casa del cacique, que estaba en una de las riberas.

―Nara, hermosa Nara, mujer del cacique Coranke ―dijo mientras arribaba―, soy un viajero hambriento. Dame de comer...

La hermosa Nara le sirvió, en la mitad de una calabaza, yucas y choclos cocidos y también plátanos. Sentado a la puerta de la cabaña, comió lentamente el Chullachaqui, mirando a Nara, y después dijo:

―Hermosa Nara, no soy un viajero hambriento, como has podido creer, y he venido únicamente por ti. Adoro tu belleza y no puedo vivir lejos de ella. Ven conmigo...

Nara le respondió:

―No puedo dejar al cacique Coranke...

Y entonces el Chullachaqui se puso a rogar y a llorar, a llorar y a rogar para que Nara se fuera con él.

―No dejaré al cacique Coranke ―dijo por último Nara.
El Chullachaqui fue hacia la canoa, muy triste, muy triste, subió a ella y se perdió en la lejanía bogando río abajo.

Nara se fijó en el rastro que el visitante había dejado al caminar por la arena de la ribera y al advertir una huella de hombre y otra de venado, exclamó: «¡Es el Chullachaqui!» Pero calló el hecho al cacique Coranke, cuando éste volvió de sus correrías, para evitar que se expusiera a las iras del Malo. Y pasaron seis meses y al caer la tarde del último día de los seis meses, un potentado atracó su gran canoa frente a la cabaña. Vestía una rica túnica y se adornaba la cabeza con vistosas plumas y el cuello con grandes collares.

―Nara, hermosa Nara ―dijo saliendo a tierra y mostrando mil regalos― ya verás por esto que soy poderoso. Tengo la selva a mi merced. Ven conmigo y todo será tuyo.

Y estaban ante él todas las más bellas flores del bosque, y todos los más dulces frutos del bosque, y todos los más hermosos objetos ―mantas, vasijas, hamacas, túnicas, collares de dientes y semillas― que fabrican todas las tribus del bosque. En una mano del Chullachaqui se posaba un guacamayo blanco y en la otra un paujil del color de la noche.

―Veo y sé que eres poderoso ―respondió Nara, después de echar un vistazo a la huella, que confirmó sus sospechas―, pero por nada del mundo dejaré al cacique Coranke.

Entonces el Chullachaqui dio un grito y salió la anaconda del río, y dio otro grito y salió el jaguar del bosque. Y la anaconda enroscó su enorme y elástico cuerpo a un lado y el jaguar enarcó su lomo felino, al otro.

―¿Ves ahora? ―dijo el Chullachaqui―, mando en toda la selva y los animales de la selva. Te haré morir si no vienes conmigo.
―No me importa ―respondió Nara.
―Haré morir al cacique Coranke ―replicó el Chullachaqui.
―Él preferirá morir ―Insistió Nara. (...)
―Podría llevarte a la fuerza, pero no quiero que vivas triste conmigo, pues eso sería desagradable. Retornaré, como ahora, dentro de seis meses y si rehúsas acompañarme te daré el más duro castigo.

(...) Cuando Coranke retornó de la cacería, Nara le refirió todo, pues era imprescindible que lo hiciera, y el cacique resolvió quedarse en su casa para el tiempo en que el Chullachaqui ofreció regresar, a fin de defender a Nara y su hija.

Así lo hizo. Coranke templó su arco con nueva cuerda, aguzó mucho las flechas y estuvo rondando por los contornos de la cabaña todos esos días. Y una tarde en que Nara se hallaba en la chacra de maíz, se le presentó de improviso el Chullachaqui.

―Ven conmigo ―le dijo―, es la última vez que te lo pido. Si no vienes, convertiré a tu hija en un pájaro que se quejará eternamente en el bosque y será tan arisco que nadie podrá verlo, pues el día en que sea visto, el maleficio acabará, tornando a ser humana... Ven, ven conmigo, te lo pido por última vez, si no...

Pero Nara, sobreponiéndose a la impresión que la amenaza le produjo, en vez de ir con él se puso a llamar:

―Coranke, Coranke... 

El cacique llegó rápidamente; pero el Chullachaqui ya había huido desapareciendo en la espesura.

Corrieron los padres hacia el lugar donde dormía su hijita y encontraron la hamaca vacía. Y desde la tumorosa verdura de la selva les llegó por primera vez el doliente alarido: «Ay, ay, mama», que dio nombre al ave hechizada.

Nara y Coranke envejecieron pronto y murieron de pena oyendo la voz transida de la hijita, convertida en un arisco pájaro inalcanzable aun con la mirada.

El ayaymama ha seguido cantando, sobre todo en las noches de luna, y los hombres del bosque acechan siempre la espesura con la esperanza de liberar a ese desgraciado ser humano. Y es bien triste que nadie haya logrado verlo todavía...

(Fragmento extraído de la novela "El mundo es ancho y ajeno, capítulo XV - Sangre de caucherías, de Ciro Alegría Bazán)

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