Utopías y desvaríos (5)


Cansado de los monólogos de su amigo periodista, el otro día, el ser que se creía el más infame de esta tierra, acalorado, harto de tanta mierda con olor a intelectualidad, música y cine, decidió levantarse de su lugar de exceso y salir, irse, airear sus posaderas en las calles sucias de esa ciudad sodómica y libertina en la que vive... ¿con qué fin?, ¡ni idea!, sólo anduvo desvariando un buen rato, de ruido en ruido, hasta que llegó a una plazuela abarrotada de gente, en donde, en un extremo, un escenario albergaba a unos músicos vestidos con indumentaria roja, graciosos ellos, que se hacían llamar por el nombre de una fruta.

A los músicos, el auto-consagrado infame los estuvo viendo un rato, mientras ingería papas fritas que adquirió a bajo costo en un negocio ambulante poco salubre. Cuando hubo terminado de comer, de pronto, algún personaje extraño, aduciendo conocerle, se le apareció con dos cervezas en la mano. Al tiempo que le acercaba un vaso y una de las botellas, le dijo: "fuimos compañeros de la escuela primaria". Y entonces, airado por la confianza, presto a matar al impertinente, el malo de esta historia, el más soberbio, detestable, arrogante, hasta ingeniero y escritor, no supo por qué, aceptó la oferta de seguir embrigándose, ahora lejos de charlas "cultas".  

Al rato se aparecieron unos tipos de apariencia nada saludable. Uno tenía cicatrices cerca del ojo,  otro era bastante grande, con los dientes incompletos, otro se parecía a un ex- presidente de origen andino, y otro, finalmente, afeminado al máximo, llevaba consigo, del brazo, a una mujer bastante bonita, tatuada en diversas partes de su cuerpo. Con todos ellos, entre copas, aunado a una música de buen punteo de guitarra, la charla se volvió amena. Los tipos parecían malos, elevadamente malos en comparación con ese novato que acababa de llegar y que se las daba de "infame"; a su vez, conocían historias de músicos, sabían de sus anécdotas, excesos...

Al cabo de unas horas más, de madrugada, todos los del grupo, salvo quien se le apareció en un inicio, terminaron en la vereda de una bodega, desde donde seguían comprando cerveza, de tres en tres.

¿Cómo diablos llegó hasta ahí?, se preguntó nuestro personaje, recordando el universo de gente ebria que había visto ir de un lado a otro, hipnotizada por la música. ¿Quiénes eran esos desconocidos?, ¿qué hacía con ellos? Ebrio, bastante inconsciente, ladeando a las lujosas motos de esos alcohólicos insaciables, esquivando a la mujer de los tatuajes, que por cierto decía una vulgaridad cada cinco segundos, regresó a casa, se recostó en su cama... 

Todavía despierto, al cabo de un minuto, para colmo, su madre le acercó una bandeja, por si vomitase. 

Vueltas y más vueltas, precipicio, desequilibrio, sudor, ¡sensación de intranquilidad y abandono total!, ¡más sudor! 

Y se durmió. Durante la mañana, entre sudores y acrecentados mareos, su teléfono celular sonó una y mil veces, a cada instante. En una ocasión que nunca recordará, lo tomó, apretó el botón verde, y, de su boca debió de emitirse algo hiriente, malsano o de incoherencia grave; de no haber sido así, entonces no le habrían mandado al demonio luego cuando volvió a la sobriedad, ni le hubieran rechazado el acercamiento que tanto llegó a ansiar en el futuro. Es decir, este aprendiz, se jodió.

 (M.V.)//

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