Relato: Hernandillo


Mardell Tello Pérez, (Lamas, 1931) Ganador de una edición de los Juegos Florales El Tarapotino y autor de un libro de poesía. Famoso por ser el creador de la prodigiosa bebida Zanku Zanku. 

Hernandillo

Allá por los años de 1…, habían llegado a la ciudad de Lamas tres hermanos ecuatorianos, Elcías, Abías y Hernando Pinedo, hombres de baja estatura, metro y medio, calvos y gorditos;  de   ojos   saltones   y   vivaces, cascarrabias y peleones. Según la gente, se decía que eran espías mandados por el gobierno ecuatoriano.

Buscaron un lugar fuera de la ciudad e iban a su tierra uno por uno. Cuando había fiesta en los barrios, aparecían muy pindayos. Al verlos entrar, la gente decía:

―¡Ahí están los ecuachos! ―; ellos oían lo que decían pero no hacían caso.

Así pasó el tiempo hasta que se hicieron de una posición económica regular, a fuerza de su esforzado trabajo. Por último se casaron y se quedaron definitivamente en Lamas. Todos estos hermanos eran letrados, por lo que a Hernando, quien tenía un carácter resabiado, impositivo y no se casaba con nadie, como se suele decir, lo nombraron alcaide de la cárcel del pueblo, Abías llegó a ser profesor de Educación Primaria, muy respetado por su trato con sus semejantes.

Elcías era técnico en enfermería, pero se dedicaba a sus quehaceres agrícolas.

Así pasó el tiempo, empezaron a llegar sus familiares y se multiplicaron cruzándose entre ellos. De aquí salió otra descendencia.

Hernando Pinedo se casó con una buena moza de nombre Circuncisión Hidalgo, mujer respetada, amable, educada y maestra de tercera categoría. Llegaron a tener siete hijos, seis de ellos profesionales; pero el último salió mal con el síndrome de DAWN. Este llevaba el nombre del progenitor; pero la gente le trataba de Hernandillo.

No era retardado, razonaba muy bien: sus padres le dejaban que hiciera lo que quisiera. A los veinte años empezó a fumar cigarrillos, siendo sus preferidos los de la marca Aviación; tanta fue su adicción que al cigarrillo lo fumaba hasta el filtro.

Cuando le preguntaban: 

―¿Cuántos cigarrillos has fumado?
―¡Cinco! iiii hasta Aviación! ―decía. No sabíamos por qué decía así, hasta que un día cogimos la colilla de lo que había fumado, ¡ahí estaba la marca del cigarrillo AVIACIÓN!

Volvía de las tahuampas recontra zampado e iba a parar en el cementerio, no tenía miedo alguno. Una de esas noches de fiesta una chica le sacó a bailar y este bendito, de tanta alegría, se emborrachó hasta el cien; a las dos de la madrugada regresó a su casa y por ahí le encontraron algunos que venían de otras fiestas; como todos le conocían, gastábanle muchas bromas; en esta ocasión fueron a esperarle en la esquina de la calle empezando a remedar el silbido del tunchi, fin, fin fin fin; este pendejo en vez de tener miedo, sonriendo le contestó: 

―¡Qué quiere tunchi!, ¿quiere huevo? 

Lo que más nos admiraba de él era que a pesar de su deficiencia física, tenía una lucidez sorprendente, para todo tenía respuesta, con una sonrisa que nos contagiaba.

En los velorios era él quien amenizaba las reuniones con sus ocurrencias. Le gustaba el fútbo; cuando alguien hacia una mala jugada o perdía un gol frente al arco, zapateaba gritando: 

―¡No así, burro!

Una vez hubo un certamen de fulbito de barrios; se presentaron cinco equipos. El equipo de su barrio se presentó solo con cinco jugadores; ya pasaba la hora de empezar y no completaban sus jugadores. El público decía: 

―¡Que juegue  Hernandillo,  que  juegue Hernandillo" ―y se reían a mandíbula llena. 

El capitán del equipo se acercó y le dijo: 

―¡Juega, Hernandito, toma tu uniforme! 

Hernandillo  le miró largamente sin decirle una palabra; de pronto se acercaron los hinchas y uno de ellos le dijo:

―¡Si metes un gol te ganas veinte soles.
―Yo te doy diez más ―le dijo otro y otro. 

Hernandillo, después de pensarlo les pidió la plata primero. Le dieron el monto reunido diciéndole que si no metía gol les devuelva el dinero. Hernandito se sonrió diciendo:

―¡Yo meto gol!

Ellos sabían que no metería ni en arco abierto. Hernandillo se daba cuenta de que se estaban burlando de él y sonreía.

Empezó el partido, corría por uno y por otro lado, sus compañeros no le pasaban la pelota; en un momento impensado le llegó la bola, y empezó a llevarla diciendo: 

―Toma, toma… ―; pero no hacía el pase. La gente gritaba, algunos se quedaron pasmados, pues Hernandillo llevaba la bola hacia su arco, y el arquero, creyendo que  iba a entregarle, le dijo: 
―¡Dámelo Hernandito! ―Y él, riendo, pateó la pelota hacia un costado, metiéndole un gol. Imagínense ustedes lo demás.

Los espectadores entraron en la cancha a levantar en hombros a Hernandito, mientras los que pagaron, amargos empezaron a insultarle diciéndole: 

―¡Burro, imbécil, nosotros te hemos pagado para que metas gol al otro equipo!
―¡No ha sido así, un pedido meter gol y yo cumplido! ―les respondió. Nunca más volvieron a burlarse de él.

Pasó el tiempo y en las fiestas de carnavales, a la edad de veinticinco años, empezó a salir disfrazado en las comparsas de barrios, las que andaban bailando por todas las calles de la ciudad. En esas comparsas estaba disfrazado de chivo; era el más alegre y llamativo, nadie sabía quién era: llegaba ya vestido.

En uno de esos recorridos en el barrio de Ancohallo, la comparsa se detuvo a bailar en la plazuela y Hernandillo fue a pedir agua a uno de los vecinos y el dueño le dijo que se fuera a la cocina; entonces fue para tomar el agua, pero no se dio cuenta de que en un rincón había gente, por lo que se quitó la careta hacia tras. 

―Hernandillo, tú ya vuelta eres ―le dijo alguien. Él, volviéndose le respondió al instante: 
―¡No diga nombre, diga chivo!

De ahí supieron quién era el chivo más chivo de loa disfrazados.

Esta frase se hizo tan popular con el tiempo, a tal punto que ahora en los afiches de las fiestas tradicionales de carnaval de la ciudad de Lamas, se impone como un  patrimonio del pueblo, ¡NO DIGA NOMBRE, DIGA CHIVO!

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