La FEL Loreto y La Independiente, dos ferias importantes del Perú

Por Miuler Vásquez.

Hace poco estuve en dos ferias de libros financiadas por el Estado. En la primera, en Iquitos, los organizadores me trataron de maravilla. Presenté siete libros, conocí a escritores, me fui a los mercados, tomé refrescos exóticos y lo mejor, departí más de un trago con mi amigo Cayo Vásquez. Antes de regresarme, encariñado con la ciudad y el buen trato de su gente, sentí una profunda nostalgia que aún no se me pasa. En la segunda feria, la de hace poco, la que lleva por nombre La Independiente, realizada en el Ministerio de Cultura, San Borja, Lima, igual, sentí una cálida recepción de las personas que estaban a cargo de la organización.

Para mí, es una gran feria, pese a que a varios de mis amigos editores les parece un desastre. Es una gran feria, porque es el punto de encuentro de editores, autores, ilustradores y una gran cantidad de personas que aman la literatura. En este magno evento, con gran dicha, rodeado de público selecto, presenté la colección de novelas Niebla, hasta la fecha nueve de las doce que se publicarán en este año, de un total de veinticuatro que saldrán a la luz antes de que culmine el 2024.

Posterior a esta segunda feria, Trazos se fue para Moquegua y ahí está hasta ahora, por supuesto ya sin mí. El veinticuatro de este mes, o sea de noviembre, además, los libros amazónicos volverán a Lima a exponerse en la segunda feria del libro más importante del Perú: la Ricardo Palma. Pero en esta ocasión, solo quería hablarles de las dos ferias del inicio. Me llamó la atención más de un detalle en el desenvolvimiento de ambas. En Iquitos, un amigo poeta fue censurado mientras recitaba un poema referido a un travesti, mientras otro escritor decía que en la Isla Bonita habían más "escribanos" que escritores. Al mismo tiempo, otro amigo me invitó a la casa de hierro, a la que, según sus palabras, nunca fue hechura de Eiffel, pero carajo, sí se podía tomar un buen café ahí, en ese espléndido lugar, a solo diez soles. Otro amigo, lo vi por las redes, empezó a mandar a la mierda a toda la organización, en especial a mi amigo Cayo. Y así por el estilo, en medio de esta mezcolanza de opiniones y egos, metí mi cuchara en esta fiesta: "yo soy un escribano", dije, a más de un medio de comunicación. Aunque quise hacerme el gracioso, en verdad lo soy. En el contexto de lo que significó esa palabra, la realidad es que soy un pobre diablo, nadie me conoce como escritor, no he ganado ningún premio y bueno, no pretendo mover un dedo para hacerlo tampoco.

Quizás no tengo las agallas de mis amigos escritores de San Martín que publican hasta lo que comen o dejan de comer, para hacerme notar. Quizás para mí no es relevante mostrar lo que hago, porque soy de la idea de que la literatura tiene su propio camino. Quizás no me gusta hacer el ridículo con lo poca creatividad de mi cerebro hecha literatura, para ir mostrándola a todo el mundo. Yo me imagino que, de hacer esa estupidez, sería como vomitar en público. Pero bueno, hay gente capaz de todo, incluso de andar con la franela en la mano para las ocasiones propicias. No son mis asuntos. En fin. Sigo. En La Independiente, nos acomodaron en un hotel demasiado elegante. La cama era enorme, la ducha impecable y la puerta tenía una tarjeta magnética como llave. Con franqueza, me sentía un intruso en ese palacio, temeroso de tocar el botón que no debía, o preocupado por ensuciar ese espacio demasiado limpio a mis ojos, que por supuesto están acostumbrados a mirar lugares más modestos. Por la tarde, desde la una, la feria se abría a los visitantes en las instalaciones de un enorme edificio (el del Ministerio de Cultura), del auge del "Brutalismo", según mi amigo Rodio, común en muchos lugares del mundo. Me gustó esta feria, sobre todo porque tuve la suerte de estar frente a la puerta, a donde el público que hacía su ingreso llegaba sí o sí. Dado que el auditorio estaba al lado, tampoco me perdí ninguna actividad programada. Estuvo bueno. El día de mi presentación, vendí varios libros, más de lo previsto. Ese día, llegaron unos amigos. Uno de ellos me hizo una broma típica de los limeños hacia los selváticos. Habló del calor insoportable en la selva, de los "charapas", del dejo y no recuerdo de qué más. Lo miré callado. Al rato, aproveché para decirle, en tono amical desde luego, que dentro de mis venas, debido mis ancestros oriundos de Cajamarca, Cuzco y Huancayo, corría sangre andina y que, por tanto, su comentario estaba fuera de lugar. Y a otro visitante que se acercó a saludarme, mientras me estrechaba la mano con efusividad, le dije: "no sabes el gusto que me da verte; créeme, desde este momento, me siento afortunado, me has alegrado el día no te imaginas cuánto". Me miró raro y pasó de largo. Con estas ocurrencias, al término del doceavo día de estar en Lima, volví a mi calurosa tierra: Tarapoto.




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