Brujo mentiroso

Brujo mentiroso

Miuler Vásquez

Antes de sumergirse, pensó en sus hijos, en su mujer y hasta en Dios. Fueron segundos. El impacto no fue ruidoso, “por las olas”, comentó el viejo.
Habían salido cerca de la medianoche, los tres: él, el anciano y el cojo. Para este último, su amigo acababa de suicidarse. El viejo, en cambio, estaba convencido de que allá abajo, en las profundidades de ese caudaloso río, a su hijo le esperaba una larga vida.
La luna se mostraba extraña, exageradamente luminosa. “Se lo tragó la muyuna”, apuntó el cojo. En la dirección de su índice, las aguas parecían calmas. El viejo lo miró airado, descontento con esa aseveración. “Será mejor que te calles”, le dijo. En un impulso se adelantó hacia él, con la intención de empujarlo; pero se contuvo, sabía de sus dotes de nadador. “El cojo es una mierda nadando”, aseguraban los vecinos. No, al dañadito, su futuro yerno, mejor ni le tocaba...
“El cojo es malogrado, la tiene de una cuarta...”. Siempre fue el mejor amigo de su hijo, “por eso te salvas, pervertido”. El anciano arde de impotencia. “No me veas mal, a tu hija la quiero de verdad”, advierte el otro. El viejo recuerda que su hija lleva seis meses de embarazo y tiene cólera. “Mejor cállate”, le dice, malhumorado. En su cabeza las palabras de los vecinos avivan su ira: “malogradazo el pendejo”.
Un chapoteo en el agua les obligó a voltear la mirada.
Vieron una mano en el agua, o eso les pareció. Enseguida una cola de pez, enorme, alteró a la misma noche. Fue una aparición mágica, oro y plata, luz y agua. Los dos hombres estuvieron de acuerdo en que la brillantez de esas escamas no era normal. Por alguna razón, estas atraían la luz de forma desmedida. Bastó el resplandor de la luna.
Vio la mano de su hijo, pensaba el anciano. Ya no moriría, ahora su vida era eterna. Joven y afortunado.
En su mundo verdadero, la ciencia le dijo que estaba más muerto que vivo. “Yo, su amigo el cojo, su cuñado, doy fe que vi una mano...”.
Sus sangre era casi blanca, no duraría más, eso me dijeron los médicos. “Yo no me he quedado así nomás, por algo soy su padre. Rápido fui a buscar al brujo de las dos pendientes, ahí le he llevado para que le cure...”.
Los hospitales suplieron a su casa. Lo trasladaban de un lado a otro, para medicarlo. Agujas, pastillas, jarabes... No iba a durar más, los médicos nunca fueron optimistas con él. “Qué cojudo, dejó de ir a las putas. Pero mejor, por sus hijos. Hace un rato me dijo que amaba a su mujer y que Dios lo era todo. Increíble. Pero no me burlé de él. Los amigos nos debemos respeto”.
“Al principio no le creí a este brujo. Decirme que mi hijo tenía pena, que su mal se iba a curar dentro del agua, me pareció una estupidez. Estoy viejo, he visto muchas cosas en mi vida; pero en verdad tenía razón el maldito”.
Cada día su piel se hacía más pálida. “Su hermana, mi mujer, una vez lo vio con una rubia. Yo le pregunté y él me negó. Carajo, soy tu amigo, le dije. Y sí, me afirmó que era una gringa de la gran puta. Todas las noches le hacía el amor en esta piedra en la que estamos ahora, pendejo. Yo nunca la vi, a veces me niego a creer, con la cara tan horrible que tiene me cuesta”.
“Al brujo le pagué harta plata, no me hice de rogar. Cúralo a mi hijo, le insistía. No tiene cura, me decía, lo único, dejar de tener pena. Debe irse con ella, al agua, al fondo, ella es de ahí...”.
“Le seguí los pasos para ver a su gringa y nada, por las puras huevas caminaba como huevón tras él. Y quien iba a pensar, yo, siendo cojo, cojerme a su hermana. Ya me las olía, que cojito por aquí, por acá... Yo que soy más sapo, ven paca, toma. Me la hice y me jodí. Ahora está preñada. Yo que iba a saber que a los cincuenta también se embarazan”.
“Brujo mentiroso, le dije, ya has comido y no haces tu trabajo. Mi hijo sigue enfermo. Toma, le di en el ojo con mi machete, y así está ciego hasta ahora, no muere. Dice que yo voy a morir primero, seré cojudo para dejarme”.
La palidez llegó a un extremo de parecerse a las nubes. Caminaba lento, encorvado. “Un día me dijo que su gringa le estaría esperando en este lugar, que viniera en su reemplazo, que él ya no tenía fuerzas. Me aparecí en una y nada, puras mentiras. Mi herramienta estaba dura, de la emoción. Ya me iba a regresar cuando en eso una bufeíta linda, rosadita, me atrajo con sus encantos. Me la tiré sin pensarlo, ni modo que iba a regresarme así, ansioso. Pero pobrecita, la maté, no me aguantó. Ahí fue que este viejo envidioso me vio y desde entonces me odia, no me quiere para su hija”.
“Hoy he decidido, hijo, que no mueras, preferible márchate. He visto los bufeos, el brujo me dijo que este es lugar. Tu mujer e hijos recibirán de mí todo lo que tengo, es mi sacrificio. Pero a este cojo de mierda que tengo a lado, no le daré más que el filo de mi machete...”.
“Vi una mano, vi esa cola brillante; soy cojo, no ciego”.
El anciano se dispuso a darle un machetazo al cojo; pero este, más rápido, se dio la vuelta y de un empujón lo lanzó a él al agua.
El viejo braceó con todas sus fuerzas, unos minutos. Luego sintió una mano, de su hijo, pensó, estaba salvado. La manó le cogió de la cabeza, enseguida una boca de un pez, enorme, se disponía a decapitarlo. ¿Era un pez?
El cojo creyó ver el ojo tuerto del brujo.


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