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Utopías y desvaríos (11)



Media hora fatal que aguardo con resignada paciencia el auge de este momento. Al fin mis dedos se han posesionado de lo que implica este proceso, y ahora es cuando me pregunto por qué razón, la infatigable manía de verter palabras, a veces sin sentido, perdura en nuestros ánimos, a costa de todo. Y qué tiempo más será el indicado. Yo creo que mucho, pero uno nunca sabe, sobre todo en estos tiempos tan difíciles, donde la subsistencia obliga a otras cosas que no dan satisfacción aunque sí dinero. Refiero estas palabras, porque en mis desvaríos de hace poco, anduve ebrio por un rincón de ingenieros. Pensaba, entonces, en el trayecto, ahondarme en algún proyecto lucrativo. Para esto, con ayuda, me corté el pelo, me afeité e incluso exageré con la higiene. Así estuve, elegante, muy ingeniero; sin embargo, en algún lapso, un borracho de mierda, agitó una botella de cerveza con el fin de mojar a quien sea con el líquido espumoso; otro sarnoso, por puras suposiciones, se atrevió a decir verdades a voces llenas (“este debe ser químico”, pensé al sentir su saliva); otro, que al fin me dio la oportunidad de tratarle como se merece, se apareció saludando a todo el mundo. Yo le llamé por su nombre, fuerte, acordándome de que el cabroncito me denunció al tribunal de honor cuando era estudiante. Qué bien me sentí: después de todo, no hubo ofensas, porque somos colegas.
Hoy que ya estoy sobrio, con acidez y la gastritis de siempre, me doy cuenta que muchos colegas siguen siendo lo que siempre creí que eran: escoria. No todos, por supuesto, porque hay gente muy capaz en todo lado; pero las mierditas de siempre, los más arrastrados, los confabuladores, me imagino que ya nunca van a cambiar.

Ya nada sorprende, en efecto, menos aquello que tantas veces se torna repetitivo. Por eso, el día que la gente deje de hacer tantas pendejadas, el día que se desintegren los clanes familiares en las entidades del estado, el día que se invente la felicidad y esta sea de uso gratuito, ese día, lectores, ni crean que habrá un mundo perfecto, ¡canalladas!, ese día el hombre ha de buscar otras formas de inconformismo, para joder al resto.

Mientras tanto con este sofocante calor, mejor voy a bañarme e imagino lo que quiero después de muerto, tal como lo dice el poeta Stanley Vega: vivir en la memoria de un ave, alimentarme de insectos, beber agua de los charcos pasada la lluvia, y cagar mientras vuelo, olvidándome de esta estúpida idea de ser humano.

M.V.//

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